Aprender a hablar by Hilary Mantel

Aprender a hablar by Hilary Mantel

autor:Hilary Mantel [Mantel, Hilary]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 2003-01-01T00:00:00+00:00


Aprender a hablar

De pequeña iba a la escuela en un pueblo industrial de Derbyshire, a la misma escuela en la que mi madre y mi abuela no habían aprendido gran cosa y donde los inviernos peninos alimentaron sus incipientes sabañones. De ahí pasaron a trabajar en la fábrica de algodón, pero yo nací en tiempos mejores y cuando tenía once años mi familia se mudó de casa y me convertí en alumna externa de un convento de Cheshire. Tenía ciertas habilidades que resultaban útiles durante el recreo, como el insulto y la agresión, además de un buen conocimiento del catecismo, pero nunca aprendí historia ni geografía, ni siquiera gramática inglesa. Y por encima de todo, no había aprendido a hablar con corrección.

La distancia entre las dos escuelas era solo de unos nueve o diez kilómetros, pero el golfo social era tan amplio como el océano. En Cheshire, la gente no vivía en casas adosadas, sino tras fachadas enguijarradas o de falso estilo Tudor. Cuidaban el césped y los árboles frutales, y tenían comederos para los pájaros. Las familias tenían coche, pero lo llamaban «popó». Almorzaban ligero y cenaban a la hora de merendar. Se lavaban en el baño, pero lo llamaban «aseo».

Era 1963. La gente era muy esnob, aunque tal vez no más que ahora. Más adelante, cuando me marché a Londres, algunos acentos de provincias pasaron a considerarse aceptables e incluso elegantes, pero los de mi parte del noroeste no se encontraban entre ellos. Los últimos años de la década de 1960 fueron una época de igualdad y se suponía que la gente no tenía que preocuparse por sus acentos, pero a la hora de la verdad se preocupaban e intentaban adaptar sus voces: de lo contrario se los trataba con un alborozo consciente, como si acabaran de perder a un ser querido o como si fueran ligeramente deformes. Cuando empecé en la escuela nueva no sabía que eso me convertiría en el blanco de las burlas. Grupos de chicas se me acercaban para hacerme preguntas estúpidas, con el único objetivo de hacerme pronunciar ciertas palabras que indicaran mi origen; luego se marchaban pavoneándose y riendo a carcajadas.

A los trece años ya había modificado mi acento hasta cierto punto, y gracias a mi voz me había ganado cierta mala fama. Me daba miedo casi todo, excepto hablar en público. Nunca había experimentado la angustia entumecedora del pánico escénico y, encima, me gustaba discutir. Podría haberme ganado la vida como delegada sindical en una fábrica especialmente ruidosa, pero tampoco es que te ofrecieran esa clase de oportunidades en las sesiones de orientación profesional que se celebraban cada año. Creyeron que sería una buena abogada, o sea que me mandaron con la señorita Webster, para aprender a hablar con corrección.

La señorita Webster no era solo profesora de elocución; también era dependienta. Su tienda, a pocos minutos a pie de la escuela, se llamaba Gwen & Marjorie. Vendían lana y ropa para bebés. La señorita Webster era Gwen. Marjorie era una mujer corpulenta; se movía despacio entre las madejas, tras un mostrador acristalado.



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