Ío, satélite de castigp by Ralph Barby

Ío, satélite de castigp by Ralph Barby

autor:Ralph Barby
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ciencia ficción, Novela
publicado: 1971-09-30T23:00:00+00:00


CAPÍTULO VII

Cuando Hut Fireman abrió los ojos, le dolía la cabeza. Se sentía atontado y las imágenes, borrosas, bailaban ante sus pupilas.

Las ideas turbias terminaron por aclararse y no tardó en ver a un hombre alto, fornido, de ojos muy pequeños y brazos extremadamente largos que le clasificaban como a un neoselenita de la tercera generación, un ser humano que había terminado habituándose a la luna a lo largo de las generaciones que le habían precedido.

—Íkaro.

—Hola, capitán Fireman. Nunca supuse que volveríamos a vemos —se rió el neoselenita, puesto en jarras delante de él.

Íkaro vestía una extraña casaca dorada que seguramente se habría hecho confeccionar por las mujeres amotinadas del satélite de castigo.

Hut Fireman se movió, dándose cuenta de que se hallaba recostado contra algo duro que resultó ser un bloque cúbico de granito. De dos planos opuestos del cubo pétreo partían sendas anillas de acero y unidas a éstas, dos trozos de cadena que terminaban en otro grillete que se cerraba alrededor de las respectivas muñecas del capitán.

Al mover las manos y percatarse de cómo estaba encadenado a la piedra, sonrió preguntando:

—¿Tan peligroso me crees?

—Soy precavido, capitán Fireman, muy precavido.

Hut miró en derredor. Se hallaban en una estancia que recordaba bien. Era una amplia celda múltiple con iluminación que se utilizaba para expansión de los reclusos los días de clima extremo. Poseía altas ventanas enrejadas y de ella no se podía escapar, a menos que se destruyera la amplia puerta de barrotes de aleación acerada.

Íkaro y Fireman estaban solos en la gran celda donde podían practicarse deportes de sala que mantenían en vigor los músculos de los reclusos.

—¿Dónde está?

—Dónde está quién?

—Vamos, Íkaro, me refiero a ella.

Íkaro balanceó sus brazos, desproporcionados con respecto a las piernas que resultaban algo más cortas que las normales en los terrestres y que habituaban a su poseedor a caminar mejor sobre un astro cuya gravedad fuera inferior a la normal, para lo cual su esqueleto había evolucionado también. Unas piernas cortas eran menos susceptibles de perder el equilibrio y los brazos largos, casi de simio, actuaban como tercer y cuarto pie antes de caer.

—Vaya, conque llamas ella a la profesora Surah, ¿eh?

—Sí. ¿Dónde está?

—Capitán, ¿no será mejor que antes de hablar de Surah hablemos entre nosotros como antiguos amigos?

—Tú y yo jamás hemos sido amigos, Íkaro.

—¿Es que acaso los neoselenitas vamos a ser una raza segregada como lo fuera la negra siglos atrás?

—Nadie piensa en segregación, en cambio tú tienes la manía de la independencia.

—Somos distintos, capitán, muy distintos. Aunque procedamos de los mismos ancestros, ahora somos diferentes. Los neoselenitas somos superiores, sólo nos falta poder para demostrarlo y el poder pronto lo conseguiremos.

—¿Cómo?

—Todo llegará a su tiempo, capitán, ya saciarás tu curiosidad. Tendrás tiempo suficiente para ello, pero primero cuéntame cómo has llegado a Ío.

Hut comprendió que era inútil negar toda la verdad.

Se podía decir una parte de ella, la no perjudicial para los planes generales y conservar el resto en silencio.

—Descendí en una cápsula.

—¿Dónde está la cápsula?

—A orillas del mar del amoníaco.

—¿Y



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