Antracita by Valerio Evangelisti

Antracita by Valerio Evangelisti

autor:Valerio Evangelisti [Evangelisti, Valerio]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2003-01-01T00:00:00+00:00


15

LA POLÍTICA DEL BANDIDISMO

Cuando Pantera entró con la chica en la cocina las tres mujeres de negro ya habían dejado de picar verduras. Estaban sentadas detrás de la mesa, con la mirada fija. La más joven dijo algo, pero en alemán. Su voz gutural estaba cargada de odio, sus ojos también. Sin embargo, permaneció inmóvil en su sitio.

La chica lloraba a mares y ahora trataba de soltarse, pero débilmente. Pantera la empujó con brutalidad hacia las escaleras que llevaban a la planta de arriba, tanto que a punto estuvo de hacerla caer. Perdió el equilibrio cuando el mexicano le soltó el brazo sin previo aviso y tuvo que agarrarse a la barandilla, que se tambaleó.

Pantera pasó por detrás de las mujeres sentadas sin ni siquiera mirarlas. Fue hasta la chimenea y cogió el libro delgado que había visto poco antes. La que probablemente era la esposa de Bierman farfulló algo con tono de alarma, pero él la ignoró. Con el libro en la mano derecha volvió hacia la chica, que estaba inclinada hacia adelante sollozando y tosiendo. Sacó del bolsillo la otra mano y el Remington que estaba empuñando. Deslizó el colt entre los gruesos muslos de la chica hasta introducir el visor.

—Sube —le ordenó con saña—. Vas a perder la virginidad, ten en cuenta que por culpa tuya yo iba a perder la vida.

La joven subió renqueante las escaleras sin dejar de sollozar intensamente. El cadáver destrozado de Bud McDaniel presidía la primera habitación, con un lago de sangre en torno a él. Pantera empujó a su víctima hacia uno de los cuartos que había a los lados. Ahora estaba presionando el cañón del revólver sobre su nuca, parcialmente descubierta porque tenía el pelo recogido en un moño con una peineta.

La estancia en la que entraron estaba ocupada casi en su totalidad por una gran cama sin laterales y recibía luz de una claraboya abierta en el techo inclinado. No había más mobiliario que una sencilla silla. Probablemente era el dormitorio de los Bierman.

Pantera devolvió el revólver al bolsillo y obligó a la joven a darse la vuelta y a retroceder hasta el borde de la cama. Ella cayó sentada. Se tapó la cara con las manos, pero aun así se veían sus lágrimas, que bajaban hasta el cuello.

—Se lo ruego… —tuvo fuerzas para suplicar a pesar de que la mucosidad invadía su garganta—. No me deshonre… por Dios.

—¿Deshonrar? ¡Esa sí que es buena! —exclamó Pantera riendo entre dientes—. Vamos, déjate ver… ¿Qué es esto que tienes aquí?

Se había percatado de que la chica llevaba al cuello un cordón que se perdía bajo su blusa. Posó el libro en la silla y con el dedo índice le fue desabrochando uno a uno los botones superiores. Salieron a la luz dos pechos hinchados pero firmes, apretados en un corsé que a duras penas los contenía. Ella apartó una mano de la cara y trató de taparse con el antebrazo, pero Pantera logró retirar el colgante que tenía entre los senos.

—Vaya, mira esto —comentó.



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