Andanzas de Joe Speedboat contadas por el luchador de un solo brazo by Tommy Wieringa

Andanzas de Joe Speedboat contadas por el luchador de un solo brazo by Tommy Wieringa

autor:Tommy Wieringa [Wieringa, Tommy]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras
editor: ePubLibre
publicado: 2005-02-24T00:00:00+00:00


Un día de noviembre, Joe volvió a Lomark. O, al menos, se asomó de repente a mi ventana con una amplia sonrisa. Le hice una seña y entró arrastrando una ola de frío. Tal y como se me presentó, con su pesada parka militar y su pelo mojado por la lluvia, daba la impresión de que había crecido. Estaba muy contento de verle. Además, se me habían acabado los cigarrillos, de modo que él podría liarme algunos. Joe colgó su abrigo en la silla y se sentó frente a mí.

«¿QUÉ TAL?», escribí en mi bloc de notas. Sacudió la cabeza.

—Ya era hora de que pasara por casa.

En el Achterom las cosas no iban bien, su madre e India estaban agotadas. Le contemplé mientras liaba el tabaco e iba colocando los pitillos en un bote de mostaza reciclado. Tenía el cabello más largo, pero no era eso lo que me causaba la sensación de que algo había cambiado. Por mucho que apretara los ojos e intentase examinarle a fondo, no lograba resolver la incógnita. Quizá sencillamente ya no estaba acostumbrado a él.

—Estuve dos semanas en Ámsterdam —⁠dijo.

Pasó la lengua por el borde del papel de fumar y acabó de liar el cigarrillo.

—Con PJ.

Aparté la mirada. La envidia se manifiesta con la intensidad de un eclipse de sol.

—Está tonteando con un escritor. Un chiflado.

Joe me resumió los últimos meses, desde la mañana en que partió en autobús.

Allí, en Enschede, Engel y él habían expresado el firme propósito de convertirse en almas gemelas artísticas. Demostrarían a todos de lo que eran capaces. Sin embargo, un día a finales de otoño, Joe fue de excursión al museo Van Gogh con sus compañeros de curso. Ante la caja les aguardaba una larga cola que, al cabo de diez minutos, sólo había avanzado un par de metros. Justo delante de ellos se apiñaba un cargamento de japoneses y detrás, cerrando filas, un grupo de Groninga visiblemente disgustado, que aun así se negaba a tirar la toalla. Joe miró a un lado y a otro. Tenía los pies fríos. De pronto pensó «Paso de todo» y, sin despedirse de sus compañeros, abandonó la cola en dirección a la plaza de los Museos.

Ahí estaba, lejos de casa y sin ninguna razón para volver. Respiró hondo, paseó la mirada a su alrededor y decidió quedarse una temporada en Ámsterdam a esperar acontecimientos.

Hacia el mediodía comenzó a darle vueltas al tema del alojamiento. En toda la ciudad conocía solamente a una persona: PJ Eilander. Llamó por teléfono a la madre de PJ, quien le facilitó la dirección de su hija, en la Tolstraat, al lado de un coffee shop. Creía recordar el nombre: Babylon.

Joe se subió al tranvía, colmado de un sentimiento de felicidad que daba vértigo. Nadie sabía dónde andaba, en su vida todo era posible, existían tantas posibilidades como combinaciones en una máquina tragaperras, y cualquier dirección que eligiese sería buena, porque atravesaba una racha de suerte.

PJ no estaba. Joe la esperó en el Babylon, junto a la ventana, desde donde la vería llegar.



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