Amor es la respuesta by Carmela Díaz

Amor es la respuesta by Carmela Díaz

autor:Carmela Díaz [Díaz, Carmela]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2017-05-08T16:00:00+00:00


La primera noche en la que Anna fue llevada ante el sultán transcurrió según habían previsto Selma y la Valide. Sus conjeturas se materializaron con precisión. La certera intuición femenina constituye la más hábil de las pericias.

Pese a la culminación exitosa del encuentro, la joven principiante se encontraba atemorizada durante las horas previas. A lo largo de aquellos cuatro meses jamás le confesaron la identidad del hombre al que sería entregada. Había imaginado, como en su día sugirió su señora, que tal vez aguardaba por ella algún gallardo soldado, un apuesto oficial o quizá un influyente funcionario de la corte. Cuando esa tarde de primavera la misma Selma le confesó el nombre del varón que esperaba por ella, el pánico se apoderó de su todavía ingenua conciencia y cabal entendimiento.

—Se han invertido semanas de intenso trabajo en tu adiestramiento por las más destacadas kalfas de la corte. La Valide ha sido generosa obsequiándote con costosas alhajas, auténticos tesoros solo al alcance de las elegidas: los cofres de ámbar y nácar que reposan sobre las estanterías de tus estancias se hallan rebosantes de diamantes, rubíes, turquesas, lapislázuli, jade y esmeraldas de gran talla. Tus aposentos fueron engalanados cada nuevo amanecer con docenas de aromáticas flores recién cortadas. Tu cuerpo ha sido embellecido cubriéndolo con los tejidos más refinados, y las instructoras más selectas de la corte te han enseñado a comportarte como una favorita de reyes.

—Y estoy conmocionada por ello, mi señora. Jamás osé imaginar semejante destino para una campesina proveniente de una aldea de cabreros.

—Déjame continuar, Anna, debes ser consciente de tu buenaventura, tus atributos y tus aptitudes. Mírate en ese espejo de marco de oro, mi niña. Eres hermosa. Tus largos cabellos rubios y tus ojos azules adornan un rostro agraciado y unas piernas espigadas. Tu escote está colmado de pechos generosos, tus redondas caderas encienden el deseo de los hombres y recitas con donaire a los mejores poetas: con los versos que declames conseguirás embelesar al afortunado que te escuche.

—Es cierto, mi señora.

—¿Crees, pues, que una mujer tan virtuosa como tú debe ser desperdiciada entre los brazos de un varón de rango menor? Tu piel de algodón es capricho de dioses y tus labios melosos un antojo para monarcas. La Valide ha determinado, y yo refrendo su decisión, que el sultán debe conocerte. No temas en demasía, Anna: hace un lustro yo afronté idéntico trance al que tú te vas a enfrentar hoy y salí airosa. Ahora es tu turno.

—Pero yo nunca estaré a su altura, mi señora —titubeaba con la cabeza gacha una insegura Anna.

—Es que no debes estar a mi altura ni a la de nadie, querida Anna. Tú ya has establecido tu propio listón con tu talento y tu hermosura. Encárgate de mantenerlo siempre a ese nivel.

—¿Seré capaz de agradar al hombre que siempre veneré casi como a un Dios? Al que me enseñaron a honrar, acatar y reverenciar.

—Por supuesto que lo harás. No has de olvidar jamás esto que ahora voy a revelarte: mendigos



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