Amor en alerta roja by Jules Bennett

Amor en alerta roja by Jules Bennett

autor:Jules Bennett [Bennett, Jules]
La lengua: spa
Format: epub
editor: Harlequin Ibérica S.A.
publicado: 2014-04-09T22:00:00+00:00


Quienquiera que estuviese llamando a la puerta era bastante inoportuno. Raine se bajó de la cama, se puso la bata y salió de puntillas de la habitación para no despertar a Abby ni a Max.

Se ató el cinturón de la bata y abrió la puerta.

–Marshall, ¿qué estás haciendo aquí a estas horas de la mañana?

Él la miró de arriba abajo de tal forma que ella se arrepintió de no haberse puesto el albornoz grueso de felpa, pues no llevaba nada debajo.

–Solo quería saber cómo estabas y decirte que han bajado el nivel de alerta. Ya se puede circular por las carreteras, aunque solo en casos de necesidad…

Raine oyó entonces unos pasos detrás de ella. No necesitaba volver la cabeza para saber quién era, pero miró de soslayo y se mordió la lengua. Max estaba con los pantalones vaqueros desabrochados y llevaba a Abby en brazos sobre su torso desnudo. Parecía un padre de familia. Se sintió embargada de nostalgia. Esa podría haber sido una escena cotidiana de su vida… si su bebé no hubiera muerto junto con sus sueños.

A pesar de que habían descubierto anoche la verdadera razón de su separación, ella no había sido capaz de confesarle lo de su malogrado embarazo. No había querido echar más leña al fuego.

–Veo que no has estado sola durante la tormenta –dijo Marshall, arqueando una ceja.

Max se puso al lado de Raine y miró a Marshall detenidamente.

–Gracias por informarnos del estado de las carreteras.

–Le diré a tu padre que estás bien, Raine –dijo Marshall, mirando a Max con cierto recelo, y dirigiéndose luego a su camioneta.

Raine cerró la puerta y echó el cerrojo.

–¡Qué inoportuno!

–Abby se despertó y se puso a llorar –dijo Max–. No sabía qué hacer. Además huele… bueno, ya sabes a lo que huele.

Raine se echó a reír y tomó al bebé en brazos.

–No te asustes solo por un pañal sucio, Max.

–No me asustan los pañales –dijo él mientras subían las escaleras–, pero me daba miedo cambiarla. Podría haberle hecho daño o haber esparcido todo por el suelo o por la cama.

Raine sonrió de nuevo mientras entraban en el dormitorio. Dejó a Abby en la cama y sacó un pañal limpio de la cómoda.

–No puedes hacerle daño por cambiarle un pañal –dijo ella, desabrochando a la niña los corchetes del pijama–, y las toallitas que hay aquí sirven para algo.

Cuando terminó de ponerle el pañal, la tomó en brazos y le dio unas palmaditas en la espalda. Max se quedó mirándola con los brazos cruzados.

–Eres una madre maravillosa.

–No hace falta ser una madre modelo para saber cambiar los pañales a un bebé.

–Pero he visto la paciencia y la ternura con que lo haces. Yo, en cambio, me pongo nervioso.

–A mí me pasaba igual al principio.

–¿Crees que Marshall irá a contárselo todo a tu padre?

–Estoy segura de que estará ahora en la camioneta hablando con él por el móvil. Pero no me importa. Mis padres ya no pueden controlarme –respondió ella–. No creo que se sientan muy felices cuando Marshall les cuente que nos ha visto medio desnudos.



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