Amor, curiosidad, prozac y dudas by Lucía Etxebarria

Amor, curiosidad, prozac y dudas by Lucía Etxebarria

autor:Lucía Etxebarria
La lengua: spa
Format: epub, azw3
ISBN: 84-8450-203-1
publicado: 1996-12-31T16:00:00+00:00


Ñ

de ñoñería

Tedio y tiempo empiezan por la misma letra, y las horas y los días pasan sin hacer nada, como una sucesión inacabable de hojas en el calendario. Es muy aburrido vivir cuando no tienes nada que hacer y nadie en quien apoyarte. Mi marido y mi hijo, ya lo sé, pero ya no me basta. Aquí encerrada en casa todo el día... No sé, me encantaría tener amigas. Aparte de la cuadrilla de San Sebastián, que al fin y al cabo no eran otra cosa que amistades de conveniencia, de qué me serviría a mí negarlo ahora, lo cierto es que no tengo ninguna amiga de verdad, excepto mamá, creo, no sé.

Me gustaría llevarme mejor con mis hermanas, pero no es tan fácil. ¿De qué podría hablar con ellas? Rosa todo el día con su carrera y su trabajo, y Cristina tan moderna ella... No es que yo no lo intente, yo intento ser amable y esas cosas, pero no, no es tan fácil. La sangre no une tanto como debiera, y cuando las personas no son afines, no lo son, y eso no hay forma de arreglarlo.

A veces, sin embargo, me apetece llamar a Cristina, porque creo que ella podría entenderme y podría explicarme por qué últimamente no consigo parar de llorar. Al fin y al cabo, se supone que es ella la que tenía problemas mentales, ¿no?

No sé, lo de los problemas mentales de Cristina es una historia que no conozco de primera mano, porque ocurrió después de que yo me casara, y todo lo que yo sabía era a través de mi madre, que me llamaba desesperada y harta para desahogarse: «No puedo con esta niña, es que no puedo, te lo advierto, Ana, cualquier día voy a hacer una barbaridad.» Y confiaba en mí para que le ayudase, por aquello de que yo era una mujer casada y sensata, y yo pensaba para mis adentros que qué podía hacer yo, si tenía muy claro que a Cristina no la paraba nadie, y mucho menos yo, porque yo seré muy buena chica y muy sensata y muy todo, o eso piensa mamá, pero no dispongo de la mitad de las energías de mi hermana pequeña.

Cuando Cristina nos pegó el primer susto ella tenía dieciséis años y yo acababa de casarme, como quien dice. A ella le costó una semana en la UVI y a todas nosotras un montón de lágrimas y de dolores de cabeza. Ninguna tiene muy claro por qué lo hizo. Y la historia que yo sé no la conozco de primera mano y sólo sé lo que mamá y Rosa me contaron. Que Cristina llegó borracha a las tantas de la mañana y que se encontró a mamá despierta, esperándola. Que tuvieron una de sus broncas de costumbre, porque, según mamá, cualquier persona que viviera bajo su techo (y remarcaba aquel posesivo) debía ajustarse a un horario decente, y por decente se entendía que a los dieciséis años una debía estar en casa a las diez de la noche, como habíamos estado las demás.



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