Amor con amor se paga by Sarah Maclean

autor:Sarah Maclean
La lengua: spa
Format: epub
Tags: novel romántica histórica, romántica histórica victoriana, romántica histórica con ironía, Jane Austen
publicado: 0101-01-01T00:00:00+00:00

Capítulo 10

'He estudiado una gran cantidad de especímenes vegetales y animales a lo largo de los años, y si existe una certeza irrefutable es esta: ya sean perros o seres humanos, los hermanos casi siempre muestran más heterogeneidad que homogeneidad. No hay más que mirarnos a Olivia y a mí para verlo claro. Los padres son el rosal rojo… y sus descendientes la rama blanca'. Diario científico de lady Philippa Marbury

28 de marzo de 1831, ocho días antes de su boda

He venido a pedirte que nos dejes en paz.

Cross estaba parado junto a la puerta, cerrada con llave, detrás de la que apostaban en las mesas de juego de El Ángel doscientos de los más poderosos hombres de Gran Bretaña. Mientras se dirigía al encuentro de su hermana, le habían pasado por la cabeza media docena de cosas que podría decirle, todas ellas floridas variaciones del tema, '¿Cómo demonios se te ha ocurrido venir aquí?'.

Pero no tuvo la oportunidad de decir ninguna. Su hermana tomó la palabra en el mismo instante en que el cerrojo hizo clic, como si de lo único que tuviera que preocuparse en el mundo fuera aquella única y clara frase que acababa de pronunciar.

—Lavinia… —empezó a decir.

—No estoy aquí para discutir contigo. —Ella lo interrumpió con una mirada seria e inquebrantable. Sus palabras eran duras como el acero—. Vengo directa desde el club de Knight. Se ha negado a verme, y es por tu culpa.

Él sintió que la ira ardía en su interior.

—Es lo que tiene que ser. Jamás deberías haber ido a verlo. Y si sabe lo que le conviene, jamás te recibirá.

Ella parecía cansada. Se la veía pálida, delgada e incómoda, con profundas ojeras y las mejillas hundidas como si llevara días sin haber dormido o comido. Pero no habían sido esos últimos días los que habían desdibujado a la jovencita feliz de ojos brillantes que era ella a los diecisiete años, dejando en su lugar a aquella estoica mujer de veinticuatro que parecía mucho más vieja y sabia.

Sí, demasiado sabia. Lavinia no se amedrentó.

—Esto no te incumbe.

—Claro que me incumbe. Eres mi hermana.

—¿Acaso piensas que decirlo en voz alta lo convierte en verdad?

Avanzó hacia ella, pero vaciló cuando ella retrocedió y la vio aferrarse al borde de su escritorio como si la enorme tabla de ébano pudiera darle las fuerzas que le faltaban.

—No se puede negar. Es verdad.

Su hermana torció los labios en una amarga sonrisa.

—¡Qué simple parece así! Como si no hubieras hecho nada mal. Como si estuviéramos dispuestos a olvidar que nos abandonaste. Como si estuviéramos dispuestos a fingir que todo está bien, que nada cambió. Tú piensas que vamos a matar al cordero más gordo para celebrar el regreso del hijo pródigo y que te daremos sin más la bienvenida.

Aquellas palabras le hirieron a pesar de que se recordó a sí mismo que Lavinia era demasiado joven cuando Baine murió. Acababa de cumplir diecisiete años y estaba tan concentrada en su propio dolor, en la tragedia que envolvía su vida, que no pudo darse cuenta de lo que había ocurrido de verdad.

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