Amarás a un extraño by Kathleen E. Woodiwiss

Amarás a un extraño by Kathleen E. Woodiwiss

autor:Kathleen E. Woodiwiss [Woodiwiss, Kathleen E.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 1980-07-15T00:00:00+00:00


CAPÍTULO 9

Lenore o Lierin. ¿Cómo iba a llamarse? La mujer puesta ante esa disyuntiva cavilaba sobre el tema desde que saliera de Belle Chene. Se veía en un cruel dilema. Difícilmente podía aceptar el nombre de Lierin sin cerrar la mente a la presencia de su padre ya la prueba que él presentara. Si elegía el apelativo de Lenore, se negaba a toda esperanza de un futuro con Ashton.

Era una guerra entre las emociones y la realidad, donde, aunque ella prefiriera otra cosa, los hechos parecían inclinar fuertemente la balanza en favor de Malcolm Sinclair. Las verdades desnudas de la vida tienden a ignorar los anhelos del corazón.

Ashton había dado a su esposa por ahogada, y también muchas otras personas. En los tres años posteriores al accidente, nada se había sabido de ella. Sin duda, si Lierin lo había amado y estaba con vida, hubiera hecho frente a los fuegos del infierno o los frígidos climas del norte para volver a él. Eso habría hecho ella, la mujer a quien le sobraba un nombre.

Pensó en Malcolm Sinclair: aun antes de conocerlo habían sabido que él estaba buscando a su esposa. El posadero, que había visto a la señora Sinclair, la había confundido con ella. Los retratos sugerían que ella tenía más semejanza con Lenore que con Lierin. También el padre insistía en que Malcolm estaba diciendo la verdad. ¿Qué otra prueba hacía falta?

El viaje entre Natchez y Biloxi le dio tiempo de sobra para meditar sobre el problema que tenía en la mente. También le dio motivos para lamentarse de no haber llevado una muda de ropa. Viajaron en vapor hasta Nueva Orleans; desde allí habrían ahorrado mucho tiempo tomando un barco hasta Biloxi, pero Robert Somerton, quien había llegado a la ciudad en un lindo carruaje, quería regresar en él. Pasaron dos noches en el camino: la primera, detenidos a un costado, descansando como mejor se pudiera; la segunda, en la dudosa comodidad de una posada, no pareció mucho mejor que la anterior.

El trayecto era caluroso y polvoriento, pero el padre parecía inmune a las molestias. Su nariz y sus mejillas enrojecían con el paso de las horas, pero eso no tenía mucho que ver con el calor y sí con el contenido de una petaca de plata que destapaba con frecuencia. En el río Pearl qulso ganar una travesía gratuita desafiando al barquero: un concurso de bebida, lo cual hubiera dejado a ambos bajo la mesa en un estupor alcohólico. La hija se negó enérgicamente, mostraba su desagrado con el ceño fruncido, hasta que él, cediendo, sacó las monedas necesarias.

Parecía parte de la rutina que, al promediar la tarde, él se sintiera de muy buen ánimo. A ella le sorprendía el interminable repertorio que poseía, pues recitaba largos y variados poemas de tono humorístico, que suavizaba su duro acento inglés. Después de unas copas volvía muy parlanchín y comenzaba a relatar historias que no parecían corresponder a la vida de un comerciante; de pronto, con una risa ahogada,



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