Almuerzo en el café Gotham by Stephen King

Almuerzo en el café Gotham by Stephen King

autor:Stephen King [King, Stephen]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Terror
editor: ePubLibre
publicado: 2022-10-10T00:00:00+00:00


La sala enmudeció al instante. Los clientes alzaron la vista de sus platos y sus conversaciones mientras la delgada y pálida silueta vestida de negro cruzaba amenazante el comedor con la cara desencajada, moviendo las piernas largas y zancudas como una tijera. La pajarita del maître se había girado noventa grados respecto a su posición normal, como las manillas de un reloj cuando dan las seis. Caminaba con las manos agarradas detrás de la espalda y el torso ligeramente inclinado hacia delante, lo que me recordó a un dibujo de mi libro de literatura de sexto, una ilustración de Ichabod Crane, el desventurado maestro de Washington Irving.

Era a mí a quien miraba, a mí a quien se dirigía. Yo lo miraba fijamente, casi hipnotizado —era como uno de esos sueños en los que descubres que no has estudiado para el examen que debías hacer, o que acudes en cueros a una cena celebrada en tu honor en la Casa Blanca— y puede que me hubiera quedado así si Humboldt no se hubiera movido.

Oí su silla arrastrándose y lo miré. Se estaba levantando, con la servilleta flojamente agarrada en una mano. Parecía sorprendido, pero también furioso. De pronto me percaté de dos cosas: que estaba borracho, bastante borracho de hecho, y que aquello le parecía una afrenta tanto a su hospitalidad como a su competencia. Al fin y al cabo había elegido el restaurante y ahora resultaba que el maestro de ceremonias se había vuelto loco.

—¡Iiiiiiiii… Te voy a enseñar lo que es bueno! ¡Por última vez te voy a enseñar lo que es bueno…!

—Oh, Dios mío, ha mojado los pantalones —murmuró una mujer en una mesa cercana.

Lo dijo en voz baja pero fue perfectamente audible en el silencio imperante mientras el maître tomaba una bocanada de aire para gritar, y vi que la mujer tenía razón. La entrepierna del ceñido pantalón del maître estaba empapada.

—Oiga, imbécil —dijo Humboldt, volviéndose hacia él.

Entonces el maître sacó la mano izquierda de detrás de la espalda. Estaba empuñando el cuchillo de carnicero más grande que he visto en mi vida. Debía de medir sesenta centímetros de largo, con la parte superior del filo ligeramente curvado, como el alfanje de una vieja película de piratas.

—¡Cuidado! —le grité a Humboldt.

En una de las mesas que estaban contra la pared, un hombre esmirriado con gafas sin montura lanzó un grito, expulsando un montón de fragmentos marrones a medio masticar sobre el mantel.

Humboldt, que no parecía haber oído ni mi grito ni el chillido del otro hombre, miraba al maître con gesto airado.



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