Almas muertas by Angela Marsons

Almas muertas by Angela Marsons

autor:Angela Marsons [Marsons, Angela]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2017-04-28T00:00:00+00:00


Capítulo 45

Travis había estado escribiendo durante todo el trayecto al hospital. Cerró el cuaderno cuando ella apagó el contacto. Kim esperó a que él diera el primer paso. Era obvio que se había borrado cualquier progreso conseguido el día anterior.

El detective seguía mirando al frente.

—¿Alguna vez se te ha ocurrido que podrías estar equivocada? —preguntó él, de repente.

Ella lo pensó por un momento.

—Rara vez —dijo.

De haber logrado algún avance o, incluso, mantenido aquella breve armonía de ayer, se habría sentido tentada a ser sincera. Pero ahora seguiría actuando el papel que le habían asignado.

—Hay veces en que simplemente estás equivocada, y lo sabes.

—¿Te refieres a la sesión informativa? —preguntó ella, defensivamente.

—No, la sesión ha estado bien, creo —dijo. La dejó sin palabras. Se desabrochó el cinturón de seguridad y la miró—. Solo digo que, a veces, te equivocas, y la gente lo pasa mal.

—Travis, ¿de qué diablos estás…? —dejó de hablar cuando la puerta del otro lado se cerró en su cara.

Se bajó del coche como un rayo y lo encaró por encima del techo.

—Travis, ¿qué se supone que significa esto? —espetó. O quería hablar o no quería hablar, pero esto de hostigarla con comentarios y cuestionamientos opacos le estaba resultando francamente molesto.

—Puedes tomarlo en cuenta o no. No diré ni una palabra más.

En ese momento, era un maldito alivio que el tipo no estuviera dispuesto a soltar otra cosa que frases crípticas.

Recorrieron en silencio los pasillos del hospital. Kim entró en la morgue y saludó a la doctora A.

—Qué gusto verte, inspectora, y al sargento, también —saludó la médica en tono agradable, mientras la expresión de Travis se amargaba. Kim sabía que no debía divertirse con eso, pero sí que le hacía gracia.

Mientras la observaba ponerse unos guantes azules, Kim se dio cuenta de que la doctora A acababa de aplicarse esmalte de uñas: rojo en un dedo, dorado en el otro y así.

No pudo sino preguntarse por los rituales con que aliviaba la tensión una mujer que manipulaba huesos humanos de día y se pintaba las uñas por la noche.

—Inspectora, creo que me vas a adorar cuando te muestre esto —dijo, y le entregó un papel. Era una fotografía con medidas anotadas en la parte de abajo.

En el centro de la hoja, el objeto de la fotografía era una bala.

—¿De la fosa? —preguntó Kim.

La doctora A asintió.

—¿Está ahí? —volvió a preguntar la detective.

—No, se la han llevado los de balistex —dijo.

—¿Qué, la crema para el herpes labial? —preguntó Travis, haciéndose el gracioso.

—Sí, porque eso tendría mucho sentido —dijo, cortante, la doctora A.

Él cerró la boca.

—Marina creía que era una bala, pero no quise decirte antes de tener la oportunidad de limpiarla como es debido.

Kim no podía contener la emoción. Los de balísticas serían capaces de ofrecer detalles sobre la composición del proyectil. Algunos estaban hechos de materiales suaves, como el plomo, diseñados para expandirse en el momento del impacto. Las balas hechas principalmente de acero penetraban más a fondo en los blancos de mayor espesor.

Cualquier dato los ayudaría a determinar la antigüedad.



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