Alfredo el Grande by DAVID SILVESTRE

Alfredo el Grande by DAVID SILVESTRE

autor:DAVID SILVESTRE [David Silvestre]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Teatro, Drama, Histórico
editor: EbookDigital
publicado: 2022-06-17T00:00:00+00:00


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1 David: rey David perseguido por Saúl.

2 Santaflor: condes de Santaflor familia poderosa de la marisma en Siena (Purgatorio canto XI)

3 Tereo: rey tracio que dio muerte a Filomena (Ovid. Met. VI, 412-674)

6

LA TORRE DE ALFREDO

Alfredo observaba desde los altos garitones donde se había cobijado de las garras del danés, escapando de Chippenham con sus más leales súbditos, tomó lugar en la torre fortaleza de Athelney situada en los cenagales de Somerset, desde ese bastión pretendía continuar su lucha contra el invasor, iba vestido con una saya escarlata. Sus lugartenientes y una guarnición de hombres le acompañaban en la noche, divisando aquella charca maloliente despojada del mundo terrenal. Hasta el exilio más penoso podía cobijarse en la amistad, aunque sus palabras se asemejasen a tejidos vaporosos y livianos, gasas en movimiento que inspiraran en su ondulación un mar perdido, a la vez, que un reino, la de una agria velada de sosiego.

Aunque fueran velos de muselina que emanaran con más soltura que fino polvo de unicornio diseminado por el negro espacio del tiempo, nada podía ya vincularle en cuerpo y alma a ese reino que se alzaba ante su nostálgica mirada, era un eslabón perdido y espíritu errabundo, pero fuerte como la alianza del mismo amor. Las tenebrosidades se cernían sobre él en un impávido silencio, trastocando sus contornos de un tono cobre y ceniza.

El astro nocturno con su albo disco se había ausentado, pero observaron no muy lejos la explicación del porqué de aquella claridad en una noche empañada. No muy lejos, donde se desmoronaban los dominios pantanosos sobresalían los torreones de Chippenham, brillaba con una luz a inciensos de oro y lucecitas de amatistas, aguiluchos y grandes garzas pululaban aquellos vastos humedales y, a través de los quebradizos ramajes de su espesura, se movía un lánguido céfiro. Aquellos fangales borboteaban de gases que emanaban fluorescencia, ya desde tiempo de los romanos extraían sal del estuario.

Unas bóvedas de crucería trazadas por arcos daban un estilo gótico a aquella torre fortaleza, su interior era el de un vasto templo tan vacuo y vacío como el de aquel mar lacustre, inundado por un silencio sepulcral. Su torre central desde la que se situaba Alfredo estaba construida en piedra de mampostería y protegida por pequeños garitones y altas almenas a forma de circulo, con esquinas y vanos de sillería.

―Requiebros canoros que en coros y a porfía, refresca en sus riberas la íntegra armonía. Sin reino y desvalido, solo una isla he contraído, del infranqueable abismo que concibe la voluntad, la zozobra se levanta como un edén en soledad. Ved mis tierras ―Alfredo distinguió las luces de su reino en la noche―, ahora bajo los astros somnolientos que derraman y humedecen los más cuajados silencios, las plañideras del infortunio enderezan ya sus crines, pues el danés arguye desde allí sus fines ―Alfredo habló desde la torre donde se divisaban todas las ciénagas de Somerset y la fortaleza bajo la noche―. El final se acerca, Asser, lo presiento.

―Levantad el espíritu, Alfredo, las



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