Al borde del camino by Seumas O’Kelly

Al borde del camino by Seumas O’Kelly

autor:Seumas O’Kelly [O’Kelly, Seumas]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Histórico, Fantástico
editor: ePubLibre
publicado: 1918-04-23T00:00:00+00:00


El rector

El rector asomó por detrás de la torre de la iglesia. Enfiló el sendero de arena que, tras una curva, llevaba al camino. En mitad del trayecto se detuvo, y, después de una cavilación, dio media vuelta y contempló el edificio. Era cuadrado y sólido, una mole sobre el fondo de los montes. El rector se subió los puños y miró con fijeza la estructura. Las mejillas bien conservadas, como melocotones, se le llenaron de finísimas arrugas críticas. Inclinó hacia un lado la cabeza pequeña, bien formada. Había en su actitud un aire preocupado, protector. Se notaba que pensaba en las obras de reparación de la iglesia, inquieto por los canalones, el bajante, las lajas de pizarra que faltaban en el tejado, la pintura de puertas y ventanas. Adoptó una pose teatral y analizó el problema de las grietas en el enlucido granuloso de los muros. Plantó el paraguas en la arena con decisión. Se apoyó un poco sobre él, con calma, sus labios silabearon inconscientemente las palabras del ultimátum que presentaría a la Junta Parroquial. Menudo de figura, parecía anticuado, casi fúnebre, algo que se había vuelto distante, reducto medio olvidado, solitario; un hombre que había ido a enterrarse a una parroquia donde no había nada que hacer. Farfulló para sus adentros y fue hasta la verja en el muro alto que rodeaba los jardines de la iglesia.

Un grupo de campesinos avanzaba, hablando y riendo, por el camino amarillo y solitario. Las mujeres, erguidas y enérgicas, iban descalzas y caminaban dando zancadas grandes y vivas. Venían del mercado del pueblo cargando pesadas cestas, aunque no parecían notar su peso. Las enaguas de lana cardada, teñidas de un rojo intenso, daban un toque de color al paisaje. Los blancos chalecos con mangas y los sombreros negros y blandos de los hombres servían de contraste. Los ojos del rector se clavaron en el grupo con disciplinada indiferencia. Era la mirada de un hombre que se mantenía fuera de sus vidas, que no esperaba ser reconocido, que no se sentía llamado a reconocer a esta gente de campo. Los ojos de los campesinos se mostraron impasibles, indiferentes, al posarse en la negra figura, de pie en la verja de hierro oxidado que llevaba a los jardines vallados de la iglesia. Él no saludó. La conversación locuaz y ruidosa del grupo se interrumpió un momento, en parte por vergüenza, en parte por la sensación de que al borde del camino había algo vivo. Una vaguedad en la expresión de ambas partes fue la señal exterior de que, por un momento, dos fuerzas conservadoras se habían encontrado y se habían negado a transigir.

Una muchacha, con una figura y unos movimientos que habrían encendido la mirada de un artista, levantó los ojos y estuvo a punto de esbozar una sonrisa. El rector notó la viveza de su cara, enmarcada por un flequillo negro, la picardía de su belleza, cierto despreocupado abandono en el balanceo de sus brazos y piernas. Algo en las cejas rectas y oscuras del rector, algo adusto, le prohibió sonreír.



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