Abraham entre bandidos by Tomás González

Abraham entre bandidos by Tomás González

autor:Tomás González
La lengua: spa
Format: epub
editor: 2017


Si mi enemigo tiene ojos,

que no me vea.

Si tiene manos,

que no me toque. Amén…

Si tiene armas,

que no me dañen. Amén…

Santa Cruz de mayo,

visita mi casa.

Líbrame del mal

y de Satán. Amén…

Trescuchillos no tenía amigos entre los bandoleros, pero Abraham y Saúl sabían que había quienes, por interés o por miedo, eran sus aliados o partidarios. Incluso había dos que le cargaban grandes morrales donde llevaba los relojes, joyas, zapatos, telas y demás bienes de los que había despojado a sus víctimas. Sabían que Pavor tenía dificultades para manejarlo, porque él mismo se los había dicho, y porque veían cómo, a veces no tan solapadamente, le desobedecía o le obedecía a medias. Y Pavor hablaba mal de Trescuchillos siempre que tenía la oportunidad, pero cuidándose de que no pudiera oírlo.

—Vean, muchachos, en el bandido, no malo sino podrido, en que puede convertirse un guerrillero liberal. Yo no es que sea santa Teresita del Niño Jesús, no les voy a decir eso, para qué, ¿sí o no?, pero es que este siempre es que… ¡Eavemaría! ¡Qué alma tan negra tiene este hijueputa!

A eso de las cinco de la tarde empezaron los preparativos para la marcha. Todo el día Saúl esperó con impaciencia que llegaran Enrique Medina y los naipes, pues tenía tantas ganas de humillarlo en el póquer como de beberse algunos aguardientes. Pero Pavor ese día no vino a hablar con ellos y sólo pudieron verlo desde lejos. El bandido estuvo conferenciando largo rato con el Puntudo y también con Vladimir, y no se le oyeron chistes ni carcajadas. Cuando algo le preocupaba a Pavor, parecía otro: se quedaba sentado en silencio en algún lugar aparte, donde no lo distrajeran; tomaba notas y estudiaba unos mapas de los que nunca se separaba. Adquiría una especie de aura, como si estuviera entregado a una obra magna por el bien de la Patria, y no aplicado con tesón al asesinato y al pillaje.

Al principio Abraham y Saúl pensaron que la preocupación del bandido no era ya el comandante Hiena sino una avioneta que había estado sobrevolando la zona. Después se enterarían de que había estado ocupado planeando la emboscada a una patrulla del ejército. Poco antes del anochecer salió de su tienda de campaña, donde había estado recluido, y dio la orden de marcha.

Saúl se echó el morral al hombro y dijo: «Vida cagada la mía». En el morral llevaba la ruana y las provisiones que los bandoleros les habían puesto a cargar. Abraham también cargó su morral, pero en silencio, y los dos empezaron a caminar detrás de Piojo. Algunos de los hombres iban conversando, por lo que Abraham dedujo que el peligro de Hiena había desaparecido y que lo de la avioneta había sido una falsa alarma.

—Entonces qué, señores —les dijo Vladimir, que había dejado de caminar para que ellos lo alcanzaran—. Cómo les parece, pues, lo cerquita que estuvimos de que nos volvieran mierda en esos pantaneros.

Piojo se detuvo y ellos avanzaron con Vladimir, quien, tan pronto el niño quedó bien



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