Abejas grises by Andréi Kurkov

Abejas grises by Andréi Kurkov

autor:Andréi Kurkov [Kurkov, Andréi]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Bélico
editor: ePubLibre
publicado: 2022-01-01T00:00:00+00:00


38

Por la mañana, Sergueich se despertó con el reconocible murmullo de la moto.

Salió de la tienda. Como era lo usual, no había ni rastro del sol en el cielo, que estaba cubierto de nubes.

—Te he cocido un par de huevos —le dijo Galia.

Sobre la hierba, junto al fuego extinto, la mujer dejó una bolsa cuyo contenido, claramente, no se limitaba a dos huevos. Sacó una caja de cerillas de uno de los bolsillos de su abrigada chaqueta azul (Sergueich nunca se la había visto antes) y luego recogió un puñado de ramitas y las prendió muy hábilmente, con solo una cerilla. Una vez que el fuego estuvo en marcha, Galia comenzó a sacar paquetes de la bolsa y a dejarlos sobre un periódico.

Sergueich, contagiado de su vigor, se dispuso a entrar también en faena. Añadió agua a la tetera, se acercó a los árboles y volvió con unas ramas más gruesas para el fuego. Después, fue a la tienda a por la manta y la extendió en el lugar acostumbrado.

Los huevos cocidos, aún calientes, le recordaron al apicultor su excursión a Svitle, su pesada caminata por aquella carretera helada y barrida por la nieve para ir a cambiar miel por huevos. Entonces, Galia sacó además unos bocadillos de embutido, queso en lonchas, un cuenco de plástico lleno de fresas y dos cajas de cerillas: una con sal y otra con azúcar.

Comieron juntos, aunque la mujer no paraba de mirar el relojito que llevaba en la muñeca.

—¿Tienes prisa? —le preguntó el apicultor.

—Me llega mercancía a partir de las siete y tengo que estar en la tienda.

—¿Qué te van a traer?

—Por la mañana, embutidos y leche, y a la hora del almuerzo, latas de pescado y alcohol.

—¿Y cómo va la miel? ¿Aún se vende?

—¡Constantemente! Podría llevarme ahora un par de tarros, para ahorrarme un viaje.

—Perfecto. —Sergueich asintió—. Y, por cierto, gracias por presentarme al otro apicultor. Pensaba acercarme hasta su casa para recoger el extractor de miel, pero lo trajo él mismo y además me ayudó a manejarlo.

—Sí, es muy apañado —coincidió Galia—. Un poco avaricioso, nada más, aunque en estos tiempos es imposible salir adelante sin un poco de avaricia… ¿Por qué nunca me llamas? —preguntó de repente.

—Es que… Bueno… No… No puedo —admitió Sergueich—. En realidad, no se me da bien hablar por teléfono. Seguramente por eso me da miedo llamar. Ni siquiera soy capaz de llamar a mi exmujer. Lo he intentado, pero no me sale. Llamé a mi amigo, el del pueblo, y fue fatal, una conversación estúpida. Si tuviera algo importante que decir, pues a lo mejor…

—Ya —admitió Galia—. Además, es preferible hablar en persona, así la voz no está tan separada del cuerpo y puedes ver al otro.

Sergueich se dio cuenta de que la tetera estaba humeando y se puso de pie. Miró al cielo, como para seguir el destino que deparaba al humo.

En realidad, lo que le interesaban eran las nubes. Pensó fugazmente en la lluvia, que caería, si no en ese momento, sin duda antes del almuerzo.



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