Abandonada by Meg Cabot

Abandonada by Meg Cabot

autor:Meg Cabot [Cabot, Meg]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Juvenil, Fantástico
editor: ePubLibre
publicado: 2011-01-01T05:00:00+00:00


De aquella tierra de lágrimas se alzó un viento

que despidió un rojizo relámpago;

que trastornaba todos mis sentidos.

DANTE ALIGHIERI, Infierno, Canto III

Podía pensar en miles de cosas mejores que estar haciendo cola, detrás de veinte personas, en el Island Queen —la versión casera de Isla Huesos de la famosa franquicia de helados y hamburguesas Dairy Queen.

Dormir, por ejemplo. Arrastraba la falta de sueño de la noche anterior y, por supuesto, totalmente por mi culpa. Pero seguía siendo un incordio.

Quedar con Richard Smith y acabar con ese asunto era otro ejemplo. Pero no me había cogido el teléfono cuando lo llamé desde el lavabo de chicas antes de reunirme con Alex y Kayla en la explanada de coches —quizá no había llegado a casa todavía. El número que me había dejado no tenía pinta de móvil. Seguro que nunca había tenido ninguno; a lo mejor ni siquiera sabía lo que era.

—Emmhh… señor… Smith —acerté a decir, tartamudeando—. Soy Pierce Oliviera. Nos acabamos de conocer en el despacho de Nuevos Horizontes. Me dejó una nota para que lo llamara. —Las manos me seguían sudando después de mi encuentro con él, por mucho que el aire acondicionado del instituto estuviese a una temperatura gélida—. Le llamo para concertar esa visita que usted ha propuesto —dije.

Era el mensaje de voz más lamentable que había dejado nunca. ¿Pero qué le iba a decir? «Quiero recuperar el collar que me dejé en el cementerio la noche anterior, cuando se produjo un delito». No pensaba dejar ni un rastro de mi posible intervención. Ya había aprendido después de lo que me había pasado en Westport.

—Si me pudiese llamar —continué—, cuando usted pueda, se lo agradecería. Lo antes posible, porque me gustaría tener el tema resuelto cuanto antes mejor.

Le dejé mi número, en caso de que no tuviese identificador de llamadas, y colgué.

Ahora no podía hacer nada más aparte de matar el tiempo hasta que me llamara. Y prefería hacer cualquier otra cosa antes de hacer cola, con mil personas más, con un sol de justicia para pedir una cosa que llamaban Bomba de Calor.

—De color —me corrigió Kayla, cuando le sugerí que por qué no íbamos a otro sitio a pedir lo mismo—. Bomba de Color. Y solo la hacen aquí. Se parece a la tarrina de helado Blizzard, como las que te hacen en el Dairy Queen, pero a estas aún le ponen más cosas.

—¿Qué cosas? —le pregunté.

Tenía ganas de discutir, y no por estar haciendo cola. ¿Y si al señor Smith se le ocurría preguntarme directamente de dónde había sacado el collar?

No era una posibilidad. Era una certeza.

—Ya sabes —respondió Kayla—. Lo de dentro. A mí me encanta el de chocolate con trocitos de galleta de chocolate. A Alex le gusta el que lleva Kit Kat con M&M. ¿Y a ti, niña?

Pero todavía había una pregunta que me podía hacer el sacristán y que me aterraba aún más. Me sentía paralizada ante la perspectiva de tener que responderle. La imagen de la puerta destrozada —y el porqué— estaba demasiado reciente en mi cabeza.



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