… Y los sueños, sueños son by Indiana James

… Y los sueños, sueños son by Indiana James

autor:Indiana James [James, Indiana]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras
editor: ePubLibre
publicado: 1987-02-01T00:00:00+00:00


CAPÍTULO VI

No me atreví a utilizar a «Ballena». Angus no me había «ordenado» que me la llevase y el ruido de su motor hubiera podido alertarle. De todas formas, no tenía que ir muy lejos.

Londres tenía el aspecto de una ciudad fantasma. Estaba vacía, desolada, sin vida. Pascal había precisado el escenario de la aventura, había programado que transcurriese en Londres, pero, lógicamente, no se había preocupado de incluir en el sueño todos y cada uno de los aspectos que forman el ambiente de una ciudad. Los edificios estaban allí, pero los coches, la gente, el ajetreo propio de una metrópolis, brillaba por su ausencia. Probablemente, sólo existiría un ambiente normal alrededor del detective para que éste tuviera la impresión de que estaba «viviendo» en lugar de «soñando». Lejos de su presencia, todo tenía un aspecto irreal, fantasmagórico, muerto. St. Anne’s Court era un estrecho y corto callejón, cerca de Picadilly Circus. No tuve ninguna dificultad en hallar la Casa de Trofeos del «hombre del Smoking». La mayor parte de los edificios habían sido derruidos para construir una monstruosidad de acero y vidrio. Sólo quedaban en pie dos vetustos edificios. En uno de ellos, un cartel luminoso anunciaba un bar gay. Me acerqué al otro.

Podía llamar a la puerta o intentar forzar una de las dos ventanas que daban a la calle. No sabía cómo reaccionaría el criado de Angus a mi petición, ni siquiera estaba seguro que tuviera vida propia tan lejos de su amo. Así que opté por la segunda opción, rogando por no equivocarme.

Me envolví el puño en un pañuelo y rompí uno de los cristales con los nudillos.

Meter la mano por el agujero y descorrer el pasador, fue un juego de niños.

Toda la planta baja era una inmensa sala, llena con los más variados e increíbles objetos. Encender las luces me pareció forzar demasiado la suerte, así que intenté orientarme con la poca luz que se filtraba desde el exterior. En un enorme frasco lleno de un líquido transparente —seguramente, formol— flotaban un repugnante amasijo de entrañas bajo la leyenda: «El Caso de los Intestinos Reptantes». Un descomunal loro disecado era el recuerdo —o el trofeo— de «El Caso de las Cotorras Afónicas». Un extraño pedrusco fosforescente se hallaba junto al rótulo de «El Caso del Color que Ascendió del Infierno». Otro letrero con la leyenda «El Caso del Vampiro Piadoso» estaba clavado a un cojín de seda por un crucifijo terminado en punta, como una estaca.

Por fin, encontré un rótulo prometedor: «El Caso del Druida Cuerdo». Pero, bajo él, sólo había una urna vacía. ¿Se me había adelantado el Ladrón de Sombras, deseoso de recuperar su medallón, o aquella urna sólo había contenido un trozo de túnica raída? ¿Quizá un trozo de pergamino, transformado en polvo por los años?

Para averiguarlo, tendría que recorrer todo aquél «museo». Si no encontraba el medallón, no tendría más remedio que desechar la pista. Mi única pista.

No pude proseguir. Apenas di un paso más, las luces de la sala se encendieron deslumbrándome.



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