A las seis en la esquina del bulevar by Enrique Jardiel Poncela

A las seis en la esquina del bulevar by Enrique Jardiel Poncela

autor:Enrique Jardiel Poncela [Jardiel Poncela, Enrique]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Teatro, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 1943-01-01T00:00:00+00:00


OSCURO

MOMENTO SEGUNDO

La misma decoración del «momento» anterior; todo en la disposición de antes del oscuro, sin más cambio que el de la luz, pues es de noche y las lámparas aparecen encendidas.

La acción, al día siguiente, y cerca de las nueve de la noche.

Al encenderse la batería, la escena, sola. A los pocos instantes, dentro se oye un timbre, como en el principio del «momento» anterior y en seguida, las voces de Beni, Cecilia y Casilda.

BENI.— (Dentro.) Pasen las señoras. ¡Cuánto se ha retrasado hoy la señora!

CECILIA.— (Dentro.) ¿Ha venido el señor ya, Beni?

BENI.— (Dentro.) No, señora. Todavía no ha venido.

CECILIA.— (Dentro.) ¡Vaya, menos mal! Porque si llega a venir temprano, me hubiera visto y me hubiera deseado para justificar mi salida… Pase usted por aquí, amiga mía. Pase usted por aquí, que ya conoce usted la casa, ¿no? (Ríe. Y riendo entra en escena, acompañada de Casilda. Esta última viste igual que en el «momento primero», con el mismo vestido, el mismo sombrero y los mismos cabos. Por lo que afecta a Cecilia, lleva también el vestido que antes lució, un sombrerito monísimo, un bolso encantador y un zorro digno de una fábula de La Fontaine. Viene alegrísima, contentísima, felicísima, rebosando optimismo, satisfacción, júbilo y gozo. Casilda, por el contrario, entra muy cabizbaja y desanimada, y en actitud de una persona que ha sufrido el mayor de los fracasos. En cuanto pisa la escena, se deja caer indolentemente en el «vis-à-vis», con los ojos clavados en el suelo, y queda absorta, inmóvil y en silencio. Cecilia, en cambio, es todo movimiento; yendo de un lado a otro, sin dejar de hablar y de reír, se despoja del renard, del sombrero, de los guantes, etc., y lo deja todo, en sucesivos viajes, en la alcoba.) Lo verdaderamente sensible es que no entre usted aquí hoy tan contenta y tan satisfecha como se marchó ayer… (Ríe.) Porque no me negará, querida amiga, que ayer se fue usted de aquí contentísima… y satisfechísima. No era para menos. Esperaba usted triunfar hoy plenamente en el balcón de la casa de su amiga, y, por desgracia para usted y suerte para mí, el triunfo no ha sido habido. (Riendo nuevamente.) ¡Ay! En mi vida me he aburrido tres horas más a gusto con las miradas fijas en la esquina solitaria de un bulevard … (Se sienta frente a Casilda en el vis-à-vis.) Pero no se entristezca, amiga mía, por algo que ha ganado usted con su fracaso; algo que no perderá nunca: mi amistad. ¡No sabe usted bien, querida! No sabe bien lo agradecida que le quedo, porque, aunque mi fe en Rodrigo era inmensa, sin esta prueba, a que usted me ha lanzado a someterle, no hubiera tenido nunca la seguridad absoluta que tengo en él ahora. (Volviendo los ojos hacia el retrato de Rodrigo. Muy sentimentalmente.) ¡Angelito mío! Si es una maravilla, si es un encanto, si es un sol de hombre… (Le tira un beso y suspira profundamente, mirándole.) ¡Ay, chatito! (Volviéndose a Casilda.



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