A barlovento by Iain M. Banks

A barlovento by Iain M. Banks

autor:Iain M. Banks [Banks, Iain M.]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Ciencia Ficción
ISBN: 9788498003390
editor: La Factoria De Ideas
publicado: 2008-01-04T05:00:00+00:00


X

Los cañones marinos de Youmier

–¿Y Tersono estuvo a la altura?

–Más que a la altura, físicamente hablando, según me cuenta el Centro, a pesar de sus protestas; decía que se arriesgaba a desgarrarse. Pero creo que lo que sea que alimenta su voluntad también se encarga de mantener su dignidad, así que por lo general está muy ocupado con eso.

–¿Pero pudo liberar vuestro vagón del árbol?

–Sí, al final, aunque tardó bastante y armó un buen follón. Hizo trizas la vela mayor, rompió el mástil y se cargó la mitad del árbol.

–¿Y la pipa de Ziller?

–Partida en dos. El Centro se la arregló.

–Ah. Me preguntaba si podría haberle regalado otra.

–No estoy seguro de que la aceptase de buena gana, Quil. Sobre todo porque es algo que iba a meterse en la boca.

–¿Sospechas que podría pensar que estaba intentando envenenarlo?

–Podría ocurrírsele.

–Ya veo. Todavía tengo camino por recorrer, ¿verdad?

–Pues sí.

–¿Y cuánto le falta a este paseo?

–Otros tres o cuatro kilómetros. –Kabe levantó la cabeza y miró el sol–. Deberíamos estar allí para la hora de comer.

Kabe y Quilan caminaban por la cima de los acantilados de la península Vilster, en la plataforma Fzan. A la derecha, treinta metros más abajo, el océano Fzan golpeaba las rocas. La calima del horizonte estaba repleta de islas diseminadas por todas partes. Más cerca, unos cuantos veleros y otros navíos algo mayores atravesaban los dibujos creados por las olas.

Una brisa fresca soplaba del mar. Azotaba el abrigo de Kabe alrededor de sus piernas y las túnicas de Quilan chasqueaban y se agitaban a su alrededor mientras encabezaba la marcha por el estrecho sendero que atravesaba la hierba alta. A la izquierda, el suelo bajaba y se adentraba en una profunda pradera y después en un bosque de altos árboles nube. Más adelante, la tierra se alzaba hasta un modesto cabo y un risco que giraba hacia el interior, interrumpido por una hendidura que daba paso a uno de los ramales del sendero en el que estaban. Había tomado la ruta más ardua y expuesta que recorría la cima del acantilado.

Quilan volvió la cabeza para mirar las olas que caían contra las rocas que se habían desplomado en la base del acantilado. El olor a mar era igual.

~ ¿Recordando otra vez, Quil?

~ Sí.

~ Estás muy cerca del borde. Ten cuidado, no vayas a caerte.

~ Claro.

La nieve caía en el patio del monasterio de Cadracet, se precipitaba con suavidad desde un cielo callado y gris. Quilan cerraba la marcha del grupo que había salido en busca de leña para el fuego, prefería caminar en soledad y silencio mientras los otros se iban arrastrando sendero arriba, por delante de él. Los otros monjes ya habían entrado para refugiarse al calor del fuego del gran salón cuando cerró los postigos tras él, atravesó arrastrando los pies la fina capa de nieve que cubría las piedras del patio y dejó la cesta de madera con el resto bajo la galería.

Se rezagó un momento para empaparse del olor fresco y limpio de la madera,



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