Walden by Henry David Thoreau
autor:Henry David Thoreau [Thoreau, Henry David]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Crónica, Memorias, Ensayo, Filosofía
editor: ePubLibre
publicado: 1854-01-01T05:00:00+00:00
Cristiano, ¿me harás volver?
Hubo un esclavo fugitivo, entre otros, al que ayudé a seguir la Estrella Polar. Hubo hombres de una idea, como una gallina con su polluelo, que resultaba un patito; hombres de mil ideas y cabeza despeinada, como las cluecas que se hacen cargo de cien polluelos, todos en busca de un bicho y una veintena perdidos por el rocío cada mañana y, en consecuencia, crispados y sarnosos; hombres con ideas en lugar de piernas, especie de ciempiés intelectual que os obliga a arrastraros. Un hombre propuso tener un libro en que los visitantes escribieran sus nombres, como en las Montañas Blancas, pero, ay, tengo una memoria demasiado buena como para que resulte necesario.
No podía sino advertir las peculiaridades de algunos de mis visitantes. Las muchachas y muchachos y las mujeres jóvenes, en general, parecían contentos de estar en los bosques. Miraban la laguna y las flores y aprovechaban la ocasión. Los hombres de negocios, incluso los granjeros, pensaban sólo en la solicitud y el empleo y en la gran distancia a la que vivía de esto o aquello, y aunque decían que les encantaba pasear en ocasiones por los bosques, era obvio que no. Infatigables hombres comprometidos, que dedicaban su tiempo a ganarse la vida o a mantenerla; ministros que hablaban de Dios como si gozaran de su monopolio, que no podían tolerar diversas opiniones; doctores, abogados, inquietas amas de casa que fisgaban en mi alacena y en mi cama cuando yo no estaba —¿cómo llegó a saber la señora *** que mis sábanas no estaban tan limpias como las suyas?—, jóvenes que ya habían dejado de serlo y que consideraron más seguro seguir la senda trillada de las profesiones, todos ellos solían decir que no era posible hacer mucho bien en mi posición. Ay, ahí estaba el quid. El viejo y el débil y el tímido, de cualquier edad y sexo, pensaban en la enfermedad, en un accidente súbito y en la muerte; para ellos la vida estaba llena de peligros —¿qué peligro hay si no pensáis en ninguno?— y creían que un hombre prudente elegiría cuidadosamente la posición más segura, donde el Dr. B. pudiera estar a mano si era preciso. Para ellos la ciudad era literalmente una co-munidad, una liga para la defensa mutua, y podéis suponer que no saldrían a coger gayubas sin la medicina del pecho. Esto equivale a decir: si un hombre está vivo, siempre hay peligro de que muera, aunque debe admitirse que el peligro es menor cuando empieza a estar vivo-y-muerto. Un hombre presenta tantos riesgos como corre. Por fin, estaban los supuestos reformadores, los más aburridos de todos, que creían que siempre estaba cantando:
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