Viaje interminable by Marion Zimmer Bradley

Viaje interminable by Marion Zimmer Bradley

autor:Marion Zimmer Bradley
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ciencia ficción
publicado: 1975-08-09T22:00:00+00:00


6

—Si mañana funciona el Transmisor de Prueba, podremos asentar la Gypsy Moth y empezar con el Transmisor principal —dijo Gilmarti, depositando una serie de impresos sobre el escritorio de Gildoran, improvisado en el pequeño domo. Él se los devolvió tras echarles un vistazo.

—No soy especialista en Transmisores, Marti —repuso—. Os dejo a Raban y a ti.

El rostro de la anciana mujer adquirió una aire burlón y él se envaró a modo de respuesta. Sabía que su juventud ofendía a muchos tripulantes. Por enésima vez tuvo ganas de recordarles que él no había pedido ser Capitán, pero todos lo sabían.

Inesperadamente, Gilmarti sonrió.

—Bueno, hay dos clases de conocimiento —dijo ella—. Saber qué hacer y saber encontrar a alguien que lo haga por ti. Estamos cumpliendo con nuestro cometido, Gildoran. Tendremos listo el Transmisor dentro de unas horas.

Él la siguió hasta la puerta y se asomó a la luz de aquel día nublado, mirando hacia el lago. Después, preguntó: —¿Dónde vais a levantarlo?

—Al resguardo de los acantilados. Tengo allí a una cuadrilla quemando monte bajo para hacer caminos. La cabina receptora del Transmisor la instalaremos junto al lago. Si el de Prueba funciona bien, dispondremos de una depresión sólida, con granito debajo y sin ninguna línea de fractura o falla hasta donde hemos podido inspeccionar. Por tanto, podemos levantar allí el Transmisor grande. Los Transmisores de Prueba están hechos sólo para la transmisión de pequeños seres; animales de tamaño de un ratón y pesos pequeños, así podemos realizar las asignaciones preliminares de gravedad y desplazamiento. Una vez que los hayamos calibrado adecuadamente, podremos utilizar los mismos cálculos para instalar el primer Transmisor grande que nos enlazará con el Centro Principal.

Gildoran vio que la anciana se emocionaba ante la idea, así que se lo dijo y ella le sonrió.

—Siempre es excitante —confesó—, incluso después de tantos siglos, enlazar un nuevo mundo a la Galaxia. Es una oportunidad de saber lo que ha estado sucediendo, mientras nosotros estábamos restringidos al tiempo nave. —¿Cuántos años han pasado? —preguntó Gildoran. ¿Podía estar vivo aún su amigo del Mundo de Lasselli?

Marti frunció el ceño.

—No podría decírtelo sin disponer de una conexión al ordenador o de una regla de cálculo —repuso ella—, pero probablemente unos noventa y siete años, tiempo planetario. ¿Es importante?

Él sacudió la cabeza.

—Estaba pensando que los niños de la Incubadora de donde obtuvimos a Marina, a Taro y a los demás debe ser ahora gente anciana aunque los nuestros acaben de dejar los pañales —replicó él. Al ver que ella se agitaba nerviosa, Gildoran de improviso recordó que, aunque ella tenía cuatro o cinco veces su edad, le correspondía a él darle permiso para irse—. Lo siento, Marti, te estoy apartando de tu trabajo. Cuando hayáis instalado el Transmisor házmelo saber en seguida y vendré a ver la Transmisión Prueba.

Gildoran permaneció un momento frente al domo, intentando poner orden en sus pensamientos. Había iniciado la práctica de hacer rondas por el campamento cada mañana. Un par de oficiales mayores actuaban como si él estuviese tratando de meter las narices en su trabajo, pero la mayoría de los grupos lo agradecían.



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