Una vida propia by Carolyn Zane

Una vida propia by Carolyn Zane

autor:Carolyn Zane
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Romántico
publicado: 2001-08-09T22:00:00+00:00


Capítulo 6

A la mañana siguiente, Elizabeth se despertó de un sueño delicioso en el que estaba preparando macarrones para sus nueve hijos, llenos de barro después de jugar en el jardín. Para delicia de su patriótico suegro, todos los niños tenían nombres de presidentes de Estados Unidos: George, Abraham, Ulysses, Franklin, Grover, Woodrow, Calvin, Herbert y Teddy. Y su marido, que se parecía sospechosamente a Dakota, gritaba frente al televisor mientras miraba un partido de fútbol.

Era una delicia.

¿Y lo mejor? Victoria era una mujer feliz e incluso había aprendido a hacer punto cuando no estaba leyéndole cuentos a sus bisnietos.

Elizabeth se estiró lánguidamente y después se sentó sobre la cama, pasándose la mano por el pelo alborotado. Las almohadas seguían tiradas en el suelo y el informe de su abuela estaba en el sillón. Elizabeth se había despertado por la noche y, medio dormida, había visto a Dakota leyendo los documentos. Era raro que un vaquero como él estuviera interesado en un informe financiero.

Pero había muchas cosas que no sabía sobre Dakota Brubaker, pensaba mientras tomaba el teléfono para llamar a la cocina. El desayuno sería servido enseguida, le dijeron. La verdad era que ser rico tenía ciertas ventajas.

Dakota estaba leyendo el periódico cuando ella salió del baño, con un vestido de flores.

—¿Qué tal has dormido? —preguntó, intentando disimular que con aquella camisa y los pantalones vaqueros, Dakota estaba para comérselo.

—Como un tronco. Me quedé dormido en el sillón.

—Afortunadamente, mi abuela no volvió a molestar. ¿Qué estás leyendo?

—La sección de economía.

—¿Sí?

Elizabeth se sorprendió de nuevo. Pensaba que estaría leyendo las páginas de deporte.

—Sí. Hay una foto de la presentación de cosméticos Lindon el año pasado, anunciando la de hoy. Parece que es un evento en Dallas.

—Siempre lo es —murmuró ella, sirviéndose una taza de café—. Deberíamos pensar qué vamos a hacer, ya sabes, cómo vestirnos y esas cosas.

—Creo que podríamos usar los pantalones de cuero.

Elizabeth sonrió.

—¿Para ti o para mí?

—Solo he traído un par, pero podemos compartirlos —sonrió él—. Creo que nos vamos a divertir.

—Y yo creo que deberíamos ir a dar un paseo —dijo Elizabeth en voz baja—. Aquí las paredes oyen.

—Tus deseos son órdenes. Soy todo tuyo durante el fin de semana, ¿recuerdas?

A Elizabeth se le puso la piel de gallina. ¿Cómo podía olvidarlo?

—¿Te gusta nadar?

—Sí.

—¿Y pescar?

—¿Hay peces en el estanque?

—No, en el lago, tonto —rio ella.

—¿Qué lago?

—El que rodea la casa. Podemos tomar un bote para ir a la isla.

—¿Una isla? ¿Cuántos acres de terreno tiene tu abuela? —preguntó Dakota, sorprendido.

—Es una isla muy pequeña. Te gustará. Es el único sitio al que Victoria no me sigue para darme la charla.

Dakota soltó el periódico.

—¿Y a qué estamos esperando?

—Llamaré a la cocina para que nos preparen una cesta de picnic.

—Estupendo. Mientras tanto, voy a llamar al rancho a ver cómo van las cosas.



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