Una mentira compartida by Raquel Arbeteta García

Una mentira compartida by Raquel Arbeteta García

autor:Raquel Arbeteta García [Arbeteta García, Raquel]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico, Erótico
editor: ePubLibre
publicado: 2024-03-14T00:00:00+00:00


MAEVE

Uno: Lo primero que voy a hacer este Año Nuevo es besar a Rubén.

Dos: No debería tener tantas ganas de besar a Rubén.

Tres: Sigo sintiendo la mirada de Áine sobre nosotros (¿no podría girarse hacia Zack, que no ha dejado de contemplarla como un perro famélico, y dejarnos en paz? ¡Parece su maldita tía!).

Cuatro: Acabo de sentir cómo las grandes manos de Rubén me rodean las mejillas.

Cinco: Mi (falso) novio se inclina hacia mí y, mierda, se acabó.

No han pasado ni cinco segundos de este nuevo año y ya estoy perdida.

Mi cuerpo está envuelto en llamas y mis manos tiemblan sobre el borde de mi vestido. No de miedo, no de nervios. De anticipación.

Cuando recordaba su boca sobre la mía, mi corazón solía imitar un solo de batería. Ahora que (por fin) nuestros labios se han vuelto a encontrar, creo que ha decidido dejar de latir.

Pensé que sería lento y torpe. Sí, fui tan idiota que lo prejuzgué por el modo en que se comporta. Sin embargo, Rubén no me besa de la forma en que se expresa. No hay ni una gota de timidez o reserva en la forma en que sus labios se funden con los míos.

Me atrevo a ladear la cabeza para que el beso sea más profundo y su lengua explora con ansia mi boca. Quizá no sea ansia, sino sed. Nunca le había visto así, tan desesperado por alcanzar algo, tan fuera de sí.

Cuando mi lengua se enreda con la suya, él emite un gruñido grave que sale de su garganta y atraviesa todo mi cuerpo. Ya no tengo ningún control sobre lo que pasa. Aunque ¿alguna vez lo tuve o fue solo un espejismo?

Su boca sabe a los caramelos dulces en forma de violetas que siempre toma, esta vez con un toque fresco a Coca-Cola y alcohol. Sabe a noche, a él, a deseo. Sobre todo a uno imposible que, no sé cómo, se ha cumplido a medianoche.

Levanto las manos, todavía temblorosas, y las enredo en su pelo. Quise hacerlo desde que le vi, estuve a punto aquella noche, en esa fiesta en nuestra casa, y se me escapa un gemido de felicidad al pasar al fin los dedos por su pelo negro. Lo despeino, lo agarro, tiro de él hacia mí para empujarle a continuar. No puede parar.

No puedo permitirle parar.

Su cuerpo es cálido y duro, y huele tan bien que soy incapaz de pensar. Tengo la mente llena de él, de su olor, de la forma en que me acaricia con delicadeza las mejillas con los pulgares mientras no le da tregua a mi boca.

Deberíamos parar.

Debería obligarle a parar.

Les ordeno a mis dedos que desciendan, que se alejen de su pelo y se apoyen en sus fuertes hombros. «Vamos, Maeve, solo un empujoncito». Sigue besándome, pero estoy segura de que, si le aparto, cederá y me dará el espacio que necesito. Él es así.

Sin embargo, mi cuerpo no responde porque, claro está, a mis músculos, huesos y deseos ocultos no puedo engañarlos. Sí lo necesito.



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