Un lugar cercano a la felicidad by Lia Louis

Un lugar cercano a la felicidad by Lia Louis

autor:Lia Louis [LOUIS, LIA]
La lengua: spa
Format: epub
editor: Planeta México
publicado: 2019-08-08T05:00:00+00:00


17

9 de marzo de 2005

Hubble habla con la recepcionista. Dice que es el abuelo de Roman Meyers y la mujer le sonríe con tristeza, una sonrisa que dice «pobrecito, ¿por qué cosas tiene que estar pasando?». Yo me quedo detrás de él, temblando. Es todo este lugar: los pitidos, el olor a desinfectante y comidas de hospital, la gente que empujan en sillas de ruedas, encorvada, como si fueran inflables ponchados que se doblan y sumen sobre sí mismos. Es un lugar para gente enferma y vieja a la que tienen que abrir y curar. Roman no es como ellos. Él está triste. Necesita amor y que su mamá deje de beber, que le prepare comida y le pregunte por su música y los libros que está leyendo, que hable con él sobre cómo le fue en el día. Él no pertenece aquí. Entonces ¿por qué está aquí? ¿Por qué lo hizo? ¿Cómo pudo hacerlo? ¿Cómo pudo hacerse esto a sí mismo? ¿A mí? Dijo que jamás me dejaría. Ay, Dios, cállate. ¿Cómo puedo preguntar eso? Soy una egoísta. Soy un ser humano horrible y egoísta.

Hubble pone una mano sobre mi espalda:

—Está en el pabellón Thomas, Lizzie. Habitación dos, cama cuatro. La señorita dice que está en el fondo, junto a la ventana.

Caminamos rápidamente por los pabellones, silenciosos salvo por el rechinido de las ruedas de las camillas y el repiqueteo de los cierres y las hebillas de sacos y zapatos de los visitantes, que caminan con resolución hacia sus seres queridos enfermos. No se siente real. Él no pertenece aquí. La ira aumenta en mi pecho como lava conforme caminamos y se asienta en mi garganta.

Llegamos a la entrada de la sala dos. Hay cuatro camas, en todas hay hombres. Dos son viejos, en los setenta u ochenta, uno está agachado sobre una andadera y el otro está demacrado y gris, dormido con la boca abierta con tubos que le salen de la nariz. En la otra hay un pequeño hombre asiático de piel amarillenta con moretones en la cara, sentado al borde de la cama, mirando por la ventana. La otra cama, la cuatro, la cama de Roman, tiene la cortina corrida alrededor.

De nuevo, la mano de Hubble se apoya suavemente sobre mi espalda.

—Aquí te espero —dice—. ¿O quieres que vaya contigo?

Quiero huir. Quiero enterrar la cara en el pecho de Hubble y esconderme y pedirle que me aparte de aquí. De todo, de mamá, papá, Nathan, tía Shall y tío Pete, de la escuela, de los trabajadores sociales, de El Olivar... de todo. De todo este desastre. Quiero estar compuesta. Quiero que todo esto desaparezca. Yo no pedí nacer. No pedí nada de esto. No puedo soportar mucho más. No lo haré.

—¿Amor? ¿Estás segura?

Asiento. A pesar de mí misma, asiento.

—Voy a estar bien. Quiero ir. —Porque es mi única oportunidad de verlo. Mi papá cree que estoy en El Olivar. Ramesh cree que estoy en una cita con el dentista. Nadie me va a hacer preguntas, y nadie va a saber.



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