Tu lengua en mi boca by Luisa Reyes Retana

Tu lengua en mi boca by Luisa Reyes Retana

autor:Luisa Reyes Retana [Reyes Retana, Luisa]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 978-607-381-163-7
editor: Penguin Random House Grupo Editorial México
publicado: 2022-01-01T00:00:00+00:00


Una persona inventa o ficciona para obtener resultados. Las historias se hacen precisas, con sastre, para que encajen en supuestos y den rendimientos puntuales. Un personaje sin encanto, en quien no se puede confiar, no puede seducirlas. Hay que ficcionar.

Pensó en aprovechar la ausencia de Dolores para impostar a la hermana de Monclova. Podía presentarse con ellas usando esa identidad. Les diría que se llamaba Nazaria y que Dolores la había mandado a buscarlas. Les inventaría que Dolores estaba bien. ¿Qué bien? ¡Excelente! Que había fundado su propia escuela. Les diría que los libros los mandaba Dolores, que pensaba en ellas, que deseaba que les gustaran pero que no tenía tiempo de ir a verlas ni de hablarles.

Pensó también en decir la verdad: Que desde que las escuchó por primera vez, cada noche se sentaba en el baño a espiarlas y también a beber y a fumar. Les diría que llevaba en el hotel desde que leyeron “Hombres necios...”, hacía semanas. Que había tenido un trance que le había señalado que estaba conectada a ellas a través de la magia. Que las sesiones que celebraban le recordaban a los aquelarres de los que le hablaba su tía Ligia, que le contó que su bisabuela fue bruja y también desapareció. “Como ya saben quién”, les diría. No tendría sentido ocultar que sabía sobre Dolores, siendo que las espiaba cada noche. Les diría que su abuela fue refugiada de la guerra civil española y que murió en el temblor de 1985 junto con toda la familia, salvo ella y Ligia, la tía recién muerta, que había estado media vida paralítica, casi ciega y en un proceso degenerativo hacia la demencia. Que al final de sus días, por angas o mangas, Ligia recordó a una fantasma que conoció en la Zona del Silencio y que por eso ella estaba en Torreón, porque su tía le había pedido que esparciera sus cenizas en el Silencio, cerca de la aparición de la mujer. Que ya lo había hecho y que su paso por ahí le había dado la certeza que necesitaba para volver a buscarlas.

Acostada en su cama, elaboró los distintos escenarios en su imaginación. Pensó en sí misma diciendo: “Por favor acéptenme, aunque sea una sinvergüenza. Al fin y al cabo, ustedes son unas desgraciadas”.

Decidió crear para sí misma un personaje, una alternativa no tan cruel como la de impostar a la hermana de Dolores y menos barroca que la verdad. Había que personificar a alguien amable, con autoridad en materia poética. Maestra de español de otro colegio, por ejemplo. O afiliada a un club de poesía. Pensó en decir que conoció a Dolores por ser ambas maestras de prepa. Quería parecer interesante y también de evidente bondad, incapaz de vender sus órganos en la frontera. Para eso era necesario ser cercana, pero no tanto que le faltara al respeto a Dolores. Escribió el plan en su libreta y en cuanto lo sintió veraz, corrió al mostrador a discutirlo con Francia. “Órale. Te ayudo, aunque esas morras son unas payasas”.



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