Soler Jordi by Michel

Soler Jordi by Michel

autor:Michel [Michel]
La lengua: spa
Format: epub
publicado: 0101-01-01T00:00:00+00:00


J o r d i S o l e r

L a ú l t i m a h o r a d e l ú l t i m o d í a nosotros para mantener el orden», y mientras decía esto describía con su mano regordeta un arco imaginario que comprendía a sus cinco subalternos, otros morenazos de barriga erupcionada que parecían sus clones. «Muchas gracias, comandante», dijo Bages, «nos ha dejado más tranquilos», añadió con un creciente desasosiego. Para esas horas, las 10:30 de la mañana, Marianne todavía dormía profundamente, vigilada de cerca por la chamana, que montaba una guardia silente y celosa, mirando con fijeza la pared y haciendo rechinar la silla cada vez que se reacomodaba. Había instalado en una estufa piedras de incienso que humeaban la habitación y sus reacomodos en la silla obedecían a las abanicadas que aplicaba de vez en vez a las brasas. La humareda que había en la habitación de Marianne era considerable e insano el calor que provocaba la estufa encendida, yo había entrado buscando a Laia y había tenido que salir de inmediato porque el ambiente era irrespirable. Encontré a Laia en la cocina envuelta en su propia nube, en el cumulonimbus oscuro y aceitoso que periódicamente expulsaba el generador a diesel, estaba sentada en una silla con la cabeza echada hacia atrás, para que Teodora y doña Julia pudieran aplicarle con tino un trozo de hielo en el labio y dos extremos de pepino que le iban pasando alternativamente por las marcas que le había dejado Marianne en el cuello y por los alrededores del ojo izquierdo, que una vez enfriado el golpe mostraba un notable magullón. En cuanto Laia me vio mirando la curación que le hacían, contemplando las lastimaduras que le había dejado su hermana en la cara, hizo un movimiento con la mano para quitarse de encima el hielo y los pepinos, se incorporó en la silla y mirándome fijamente, con un ojo más gacho que otro por la tunda, me dijo que lo mejor era que olvidáramos lo que había sucedido, que de ahí en adelante serían más rigurosos en el control de las pastillas de Marianne y que eso no tenía por qué repetirse, y entonces me puso una mano cariñosa en la mejilla para acentuar eso que acababa de decirme y que yo no había creído del todo, porque los prontos de Marianne no siempre tenían que ver con la medicación, súbitamente venía esa fuerza que se apoderaba de ella y no había dios que la controlara, y además eso mismo ya se me había dicho las veces que necesitaba para desconfiar, para no creerlo, para que me quedara muy claro que Marianne estaba fuera de control, por eso no podían dejarla sola ni a sol ni a sombra, por eso le habían puesto esa gargantilla, «venga, nen, que no passa res», dijo Laia palmeándome como a un perro la cabeza y regresó a su posición en la silla para que siguieran



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