Riquete el del Copete by Amélie Nothomb

Riquete el del Copete by Amélie Nothomb

autor:Amélie Nothomb [Nothomb, Amélie]
La lengua: spa
Format: epub
editor: Anagrama
publicado: 2018-03-27T22:00:00+00:00


A los quince años, Déodat encontró la manera de ser todavía más feo. Creció prodigiosamente, y eso proporcionó a su monstruosidad más campo para extenderse. Se cubrió de acné. Su espalda se abovedó de un modo tan exagerado que su madre tuvo que llevarlo a un médico, que le diagnosticó cifosis.

–Su hijo se está quedando jorobado.

–Pero hoy ya no hay jorobados.

–No los hay porque se curan. Solo que, jovencito, tendrás que llevar un corsé durante años. Así podremos anular esa deformación.

–Prefiero tenerla –intervino Déodat.

–No te preocupes por el corsé, te acostumbrarás enseguida.

–Esa no es la cuestión. Al parecer, la naturaleza ha decidido regalarme todos sus horrores. Su proyecto me fascina, no quisiera contrariarla.

El doctor se quedó mirando al adolescente con perplejidad antes de proseguir:

–Prefiero no hacer comentarios. Jovencito, ser jorobado es una enfermedad abominablemente dolorosa. Con los años puede llegar a impedirte respirar y resultar mortal. Así que llevarás el corsé.

Déodat, que odiaba el sufrimiento, dejó de quejarse. El primer día el corsé le resultó como una prisión: lo mantenía tan erguido que resultaba agotador. El lado bueno del asunto era que una molestia tan absoluta le impedía preocuparse por la hilaridad de la clase:

–¿Qué, Deso, no te bastaba con ser el más feo de la clase? ¿También tienes que ser el más ridículo?

Dos chicos lo agarraron por la cintura mientras un tercero le levantó la camiseta para mirar:

–¿A qué estás jugando, tío? ¿Es una camisa de fuerza?

–Efectivamente –respondió Déodat con sobriedad.

–¿Por qué llevas esto?

–La policía me ha catalogado como sujeto extremadamente violento. Lo que veis es un sistema de vigilancia conectado a una célula de seguridad. Hablando claro: si cedo al impulso de romperos la cara, los polis acudirán con la mayor rapidez posible. Quizá no la suficiente, por desgracia, para salvaros.

Ante la duda, los adolescentes intentaron no sacarlo de sus casillas. Déodat, en cambio, solo pensaba en la noche: en el momento de acostarse, cuando le permitían quitarse el corsé que le entablillaba desde la cintura hasta el cuello.

La primera vez que se lo quitó, sintió tanto alivio que gimió de placer. La noche se convirtió en su mejor amiga, en su espacio de flexibilidad y libertad. Se acostumbró a acostarse cada vez más temprano. Los curiosos sueños de la pubertad lo convertían en un pájaro migratorio, que volaba de verdad, con una exquisita sensación de fluidez: así fue como experimentó sus primeros orgasmos nocturnos.

Por la mañana tenía que volver a ponerse aquel yeso gigante: la idea de vivir durante años con semejante rigidez le deprimía hasta lo más profundo. Sin embargo, después de una semana, se dio cuenta de que ya no le obsesionaba tanto. En lugar de pasarse todo el día maldiciendo el corsé, se sorprendió volviendo a soñar despierto mirando a los pájaros por la ventana de la clase.

Unos días más tarde, en el aula, una bolita de papel aterrizó sobre su pupitre. Nadie se dio cuenta. La desplegó y leyó el siguiente mensaje:



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