Paseo de la Reforma by Elena Poniatowska

Paseo de la Reforma by Elena Poniatowska

autor:Elena Poniatowska [Poniatowska, Elena]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 978-607-319-867-7
editor: Penguin Random House Grupo Editorial México
publicado: 2021-01-18T00:00:00+00:00


Ashby accedió a ir a casa de los Díaz Holland porque Nora le dijo que considerarían su negativa como una verdadera ofensa.

—­Piensa en el futuro de tus hijos. Se trata de la familia más influyente de México.

—­Dios mío, lo que hay que oír.

Nora, entonces, cambió de táctica:

—­Es cena sentada, sólo veinticuatro personas y a ti lo que mejor te va es el smoking. Eres distinguido de pies a cabeza.

—­Nora, por favor.

—­Es cierto, mi amor, cada uno de tus ademanes es noble. Hagas lo que hagas, nunca serás vulgar.

—­Tú quieres obligarme a ir.

Vencido, Ashby se bañó y se vistió ­pensando en Amaya. Ella no era convencional. Nora, que pudo salir del molde gracias a la poesía, había vuelto a las primeras de cambio. El mundo de Nora era el de los preceptos imbuidos desde la infancia, el de Amaya se extendía bajo un cielo inmenso. Nora esperaba que las órdenes cayeran del cielo y su cielo era el cuadrángulo azul encima de la Sagrada Familia y su casa de la colonia Roma. Era una yegua fina; seguía al pie de la letra las órdenes dictadas, Amaya rompía los moldes, sus zarpazos podían matar, nació audaz, llevaba sobre sus hombros veinte o más años de tomar sus propias decisiones.

Sin embargo, cuando Nora preguntó: “Amor, ¿estás listo?”, e hizo su aparición, no pudo dejar de pensar que su mujer, de blanco, con el pelo recogido y la nuca expuesta, era también un personaje que tenía que ver con la belleza de las nubes.

Al entrar, lo primero que reconoció fue la espalda desnuda de Amaya que hablaba animadamente con un grupo. Nora corrió a saludarla, Amaya hizo las presentaciones extendiendo su brazo blanco que lucía una ­pulsera de diamantes sin dar un solo apellido: Nora, Alfonso, Ashby, María, Víctor, Silvia, Sergio. A partir de ese instante, Ashby no pudo quitarle los ojos de encima. Desenvuelta, parecía la anfitriona. En la obra allí representada, era la primera actriz. Iba y venía sobre sus largas piernas, se quitaba el cabello de la cara con un brusco movimiento de cabeza, reía a plenos dientes de algo que seguramente no era digno de celebrarse, daba la bienvenida a los impuntuales, los invitados venían hacia ella como las mariposas nocturnas hacia la luz.

Ashby que desde luego retuvo los apellidos en las tarjetas colocadas en la mesa, se dio cuenta de que Alfonso era el marido hasta hoy invisible de Amaya y sintió la cuchillada de los celos en la espalda. Captó la mirada descarada de Amaya. A unos metros de su dueño y señor, lo recorría a él de arriba abajo midiéndolo, sopesándolo grosera y, como si no bastara, cigarro en mano vino hacia él preguntándole en voz altísima si sabía, como estudiante de Filosofía y Letras, que el rector de la Universidad estaba a punto de caer.

Acto seguido, Nora se colgó del brazo de su marido, no tanto por Ashby, sino por Amaya.

Sin esperar la



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