Papelucho historiador by Marcela Paz
autor:Marcela Paz [Paz, Marcela]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Infantil
ISBN: 9789562623582
publicado: 2054-12-31T23:00:00+00:00
XVIII
CAUPOLICÁN nos dijo un día:
—¡Asaltaremos Cañete y luego una a una las ciudades que ocupan los españoles!
—¡Bravo! —gritaron los indios—. ¡Viva Caupolicán! Prendamos fuego a todas las ciudades. ¡Fuego a Cañete!
Pero Caupolicán quería ir a las seguras y sorprender a los españoles antes que sacaran sus cañones.
Llamó a un indio de los que tenían los españoles y le preguntó:
—¿Duermen siesta los soldados de España?
—Sí —le contestó éste——. Duermen todos los días después de haber almorzado.
Caupolicán le creyó.
Pero era un indio traidor. Fue donde el capitán español y le contó todo.
Caupolicán sin sospecharlo preparó el asalto para esa hora y entró en Cañete con su ejército.
Pero apenas habíamos entrado los araucanos, se cerraron las puertas de la ciudad, y los españoles que estaban escondidos esperando este asalto nos cayeron encima. Se armó la grande. Fue una carnicería terrible. En la batalla araucanos y españoles murieron por montones.
Nos vencieron y Caupolicán fue tomado preso.
Le amarraron las manos con pesadas cadenas.
Caupolicán era un gran valiente y en su orgullo de indio sufría terriblemente al verse derrotado y prisionero de los españoles.
Cuando terminó la batalla, la mujer de Caupolicán que se llamaba Fresia, quiso ir a verlo con su hijo.
El Toqui Supremo, amarrado con cadenas, la miró con sus ojos llenos de lágrimas por primera vez. El sabía que iba a morir y que su hijo no lo vería más.
Fresia era brava como india que era y esposa de un valiente.
—¿No prometiste vencer a los españoles? ¿No sabes morir en el combate como un valiente? ¡Me avergüenzo de verte prisionero y no quiero ser madre de tu hijo! —y diciendo esto lanzó a su niño a los pies de Caupolicán.
Cuando ella se marchó, los españoles recogieron al niño. Pero temiendo que Caupolicán tomara otra vez el mando de los indios, resolvieron matarlo.
Fueron muy crueles.
Lo sentaron sobre un palo puntudo, y como Caupolicán era macizo y pesado, este palo le fue traspasando las entrañas hasta matarlo. Pero mientras esto sucedía, Caupolicán, como su estatua de bronce que hay en el cerro Huelen, (quiero decir Santa Lucía) ni siquiera pestañeó.
El teatro Caupolicán, es para recordar el nombre de este valiente indio araucano, pero no hay una gran avenida ni hay micro. Tampoco hay teatro ni avenida ni micro que le acuerde a uno de Galvarino ni de Lautaro. Yo creo que sería muy justo que hicieran una gran plaza Galvarino y algún estadio que se llamara Lautaro. También yo les pondría micro y así a cada rato nos acordaríamos de ellos.
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