Ortelius by David Silvestre

Ortelius by David Silvestre

autor:David Silvestre [Silvestre, David]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Tragedia, Clásico
editor: EbookDigital
publicado: 2022-12-20T00:00:00+00:00


Capítulo 11

NOCHES DE SATÉN

A medianoche, en la sala del trono, el rey Teodorico flanqueado por sus tres hijas, despachaba con el doctor Ortelius y su discípulo sobre los sucesos tan perturbadores que tanto había venido conmocionando a la corte y a una de sus hijas, Clotilda, en el día de ayer.

—En torno a un caldero, arda el mundo entero, al regazo de una hoguera, que crepita en primavera. A poco que todo queda en silencio, se nos torna un buen comienzo, se despejan las incógnitas, pues ya mostró sus despuntadas astas la bestia, de pútridos restos se vale en su consuelo, así como de uñas el concienzudo escribano, pues no parlotea como un caballero, sino que suple su sudor por un tintero. Pero esa bestia díscola y pertinaz, atemorizados nos tiene, con ardid felonía y, en su no poca gazuza, vacía la hiel de las buenas e inocentes vírgenes que pululan este reino, pues alterados nos tiene, que no serenos, al ser su rabia la que nosotros mostremos —expuso el monarca, vestido con cuello de armiño y luengos hábitos de ceremonia, tocado por una corona de oro.

—Os lo advertí, Majestad, este cretino nos maneja con oscuros libelos, los que se vuelven malditos enredos —cortó por la tangente la negra e impresionante Ofelia, con una cofia oscura con diadema dorada y ropajes negros como los de un cuervo, interponiéndose entre su padre y Ortelius que no supo qué contestarle.

—A todos intranquilos nos tiene, y con vil empeño nos viene —intercaló ahora Violeta.

El doctor se sintió incómodo ante tanto rechazo.

—No olviden Vuestras Gracias que cuando hallé sus lágrimas cristalizadas, ya eran piedras bastante preciadas, a cachos encontré a vuestra difunta hermana, ni más hermosa, ni más liviana, y más podrida que una manzana —manifestó Ortelius.

—Ah, pero ¿cómo os atrevéis a hablar así de mi pobre hermana ya en el seno de Abraham? —le reprochó la infeliz Clotilda.

—¡Ay, que aquí me veo, como Judas Macabeo[30]!, ante esta angustia condenada, desenvaine yo mi espada —le replicó el monarca; aquello resonó como un Hosanna prolongado repercutiendo en las bóvedas celestiales—. Bien sabe Dios lo que he sufrido, soportando este tormento que he vivido. Honorable Ortelius, que mis hijas no deshagan esa raza de hidalguía, y tales muestras de valía.

—Debéis tener paciencia, mis investigaciones van por el buen camino, pero no dispongo de poder divino —trató de aplacar sus ánimos Ortelius.

—¿Paciencia?, ¡más que el Santo Job[31]!, que en paz descanse —replicó, airada, Ofelia, persignándose; luego rio con sorna—. ¡Ah! Pues cuánto habré de esperar, si tozudo el asno se niega a marchar. Pero cuánta insensatez y majadería.

—Yo también soy mortal y tengo sentimientos, señora.

—¿Sentimientos?, vos sentís por alguien amado, lo mismo que un sapo de un mono colgado —le vituperó Ofelia.

—Recemos todos, para que la astucia y la perseverancia de Ortelius prevalezcan ante el mal —dispuso Teodorico.

—¡Tan astuto! —rio con sorna Ofelia—, y por sus ojos más confuso que las bocas del Tanais[32], y un olfato tan agudo, como el asta de un cornudo, ¿dije cornudo?,



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