Nuevas vidas by Ingo Schulze

Nuevas vidas by Ingo Schulze

autor:Ingo Schulze [Schulze, Ingo]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 2005-01-01T00:00:00+00:00


Lunes, 21/5/90

¡Querido Jo!

Esta mañana alguien ha llamado impetuosamente a casa. Ante la puerta estaban el rubio y el moreno, dos policías que conozco. Les he preguntado si venían a registrar el piso[288].

—Esta noche —han dicho sin pestañear— han entrado a robar en su periódico.

El rubio y el moreno no han sabido añadir nada más, ni responder a la pregunta decisiva de si se habían llevado los ordenadores.

Cuando hemos llegado al local, me han entrado ganas de abrazarme a la gran pantalla y cubrirla de besos. He puesto en marcha un aparato tras otro al tiempo que les he preguntado qué habían descubierto y he escuchado feliz el monótono relato de sus hallazgos. Todo lo demás, he pensado, es secundario. Habían reventado el armario metálico de mi despacho, faltaba la cajita de Ilona con los ingresos en efectivo del viernes, apenas trescientos marcos, y se habían llevado también el cambio del despacho de Fred y Kurt. Para mí, aquello pintaba a gamberrada. El rubio y el moreno se han despedido.

Podíamos estar satisfechos de que hubieran encontrado algo, ha dicho el de la policía criminal. En el piso de arriba habían arrancado los cajones y habían esparcido por el suelo los manuscritos de Jörg, Marion y Pringel.

He preguntado por la Käferchen y su marido, pero el de la policía criminal no sabía de qué le hablaba (nos conocemos de cuando el parte de accidente, es un hombre corpulento, con unas manos como dos cepos y unos ojos como aspilleras).

Hemos subido a tientas por la oscura escalera. El de la policía criminal ha tropezado por culpa de los peldaños irregulares y rotos. He buscado el pomo a la luz de un encendedor. La puerta estaba abierta, pero tan sólo se podía empujar un resquicio. El policía ha iluminado el marco de la puerta.

—Ganzúa —ha dicho.

La cerradura colgaba hacia un lado. He llamado a la Käferchen dos, tres veces. ¡La respuesta me ha helado la sangre! Un aullido inhumano, no hay otra forma de decirlo. Incluso el policía se ha estremecido.

Al principio no he reconocido la voz del viejo. He gritado mi nombre, pero el viejo ha exclamado:

—¡Traidor! ¡Aaah, loooco, traidooor!

El viejo nos estaba insultando, ¡como si los bandidos fuéramos nosotros!

Con la ayuda del segundo miembro de la policía criminal hemos logrado abrir la puerta y apartar el armario. El viejo se nos ha echado encima con un hacha y el mechero se ha apagado. Sin embargo, los dos policías han logrado reducirle; he oído cómo el hacha caía rodando escaleras abajo.

El viejo apestaba horrores. Repetía su lúgubre y casi afónico «¡Traidor!» y nos amenazaba con rompernos el pescuezo.

La señora Schorba me ha llevado a la sala de los ordenadores y me ha ofrecido uno de sus calmantes verdes. Había llegado a las siete y había seguido el reglamento al pie de la letra: cuando aún vivía en Lucka, había aprendido qué había que hacer en caso de robo.

A través de la ventana he visto la luz azul y al cabo de nada he vuelto a oír la voz del viejo, al que se llevaban abajo junto con la Käferchen.



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