Nos devoró la niebla by Marina Tena Tena

Nos devoró la niebla by Marina Tena Tena

autor:Marina Tena Tena [Tena Tena, Marina]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2022-04-18T00:00:00+00:00


Duermevela

¿Esto es un sueño? No estoy segura y el pánico ha convertido el latido del corazón en un zumbido frenético. Todo el cuerpo me pesa. Intento moverme sin ser capaz de que un solo músculo me responda. No tengo frío, aunque haya humedad a mi alrededor; ni estoy incómoda a pesar de que noto la tierra sobre la que estoy tumbada y la que pesa sobre mi pecho. No me duelen las raíces entre las costillas, ni me pican las colonias de insectos que han levantado un reino entre mis huesos. Respiro, pero no debería hacerlo. Estoy viva, pero dentro de un cuerpo muerto.

«Candela».

No puedo hablar con tanto barro entre los dientes. Trato de mover los dedos entre la tierra, para buscarla, pero el peso de la tierra me lo impide. Lo que sí que puedo hacer es llamarla, con un aullido que rasga mis pensamientos y los suyos, nos atraviesa a ambas y me devuelve a mi cuerpo. Me incorporo con un sobresalto, sudando en unas sábanas que no son mías y en un cuarto que me lleva unos instantes reconocer. La risa de mi hermana burbujea en mi cerebro el tiempo que tardo en empujarla y en cerrar la puerta. No se resiste, puede que por la sorpresa o porque no le queden fuerzas. Cierro los puños con fuerza hasta quedarme sola dentro de mis pensamientos y solo entonces me giro para encontrarme con la cama vacía y el pánico me corta el aliento.

«¿Qué le has hecho?».

La oscuridad del cuarto se vuelve opresiva. El olor a tabaco y su voz me llaman como un faro que se enciende justo antes de que te pierdas.

—Yo tampoco podía dormir, pero creo que tú tienes peores pesadillas.

Me giro hacia Sara y dejo escapar una bocanada de alivio. Sara, con una camiseta larga y las piernas desnudas, que lleva el cigarrillo a los labios. Está sentada en el alféizar de la ventana. Me mira con calma y cierta suspicacia mientras deja que el humo abandone lentamente sus labios, dibujando en el aire una estela gris que se difumina antes de escapar por la ventana.

—Eres un poco siniestra.

—¿Qué ha pasado? ¿Qué he dicho?

—Cuando me he despertado tenías los ojos abiertos y mirabas el techo. Te he llamado, y has tardado un buen rato en responder. Entonces has pronunciado tu propio nombre. —Arquea una ceja—. Como si te llamases a ti misma. Y ya cuando me he venido aquí a fumar has pegado un grito y por fin te has despertado. Espero que mi madre no lo haya escuchado o pensará que te he pegado una patada o algo.

Me sujeto los tobillos bajo las sábanas y apoyo la frente en las rodillas. No escucho a Candela, pero se hace más fuerte. No puedo controlarla.

—Eh, no te martirices. Después de lo de hoy, me parece lo más normal tener pesadillas. Yo apenas he sido capaz de pegar ojo.

—No es eso —murmuro, y entierro los dedos entre los mechones desordenados de pelo—. No quiero que pienses que estoy mal de la cabeza.



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