Nacidos para Correr by Christopher McDougall
autor:Christopher McDougall
La lengua: spa
Format: epub
publicado: 2011-03-28T16:00:00+00:00
Mi madre piensa que eres un asesino en serie que va a matarnos en el desierto. Bien vale la pena el riesgo. ¿Dónde nos encontramos?
CAPÍTULO 23
LLEGAMOS a Creel bien entrada la noche, con el autobús sacudiéndose al parar, y con un silbido de frenos que parecía un suspiro de alivio. Fuera de la ventana, alcancé a ver cómo se acercaba hacia nosotros, abriéndose paso en la oscuridad, el viejo sombrero de paja de Caballo.
No podía creer que habíamos atravesado el desierto de Chihuahua sin mayores problemas. Normalmente, las probabilidades que existían de cruzar la frontera y agarrar cuatro autobuses seguidos sin que ninguno se malograra o avanzara a trompicones para retrasarse medio día eran las mismas de ganar el premio de una máquina tragamonedas de Tijuana. En cada viaje a través de Chihuahua es casi seguro que alguien tendrá que consolarte con el lema local: “Nada funciona según lo planeado, pero siempre termina funcionando”. Pero este plan, hasta ahora, estaba resultando ser a prueba de tontos, a prueba de borrachos y a prueba de narcos.
Claro, eso hasta que Caballo conoció a Ted Descalzo.
—¡CABALLO BLANCO! ¿Ese eres TÚ, CIERTO?
Antes incluso de que consiguiera bajar del autobús, pude oír una voz fuera retumbando como un cañonazo.
—¡TÚ ERES Caballo! ¡ES GENIAL! ¡Puedes llamarme MONO! ¡EL MONO! Ese soy YO, EL MONO. Ese es mi animal interior.
Cuando salí por la puerta, me encontré a Caballo consternado de incredulidad ante Ted Descalzo. Como el resto de nosotros había descubierto durante las largas horas de viaje en autobús, Ted Descalzo hablaba de la misma manera que Charlie Parker tocaba el saxo: percibía cualquier entrada posible y desataba un asombroso torrente de improvisación, aparentemente respirando por la nariz mientras expulsaba un inagotable flujo de sonido por la boca. Durante nuestros primeros treinta segundos en Creel, Caballo recibió una ráfaga de conversación mayor a la que había tenido en todo un año. Sentí una punzada de lástima, pero sólo una punzada. Nosotros habíamos estado escuchando el remix de los Grandes Éxitos de Ted Descalzo durante las últimas quince horas. Ahora le tocaba a Caballo.
—… los tarahumaras me han inspirado MUCHO. La primera vez que leí que podían correr cien millas en sandalias, ese logro fue tan chocante y SUBVERSIVO, tan contrario a lo que yo había asumido era NECESARIO para que un ser humano recorriera esa distancia, que recuerdo haber pensado: “¿Cómo DIABLOS? ¿Cómo DIABLOS es posible?”. Ahí empezó todo, ese fue el primer RAYO DE LUZ que me hizo ver que QUIZÁAAS las compañías de calzado deportivo modernas no tenían todas las respuestas.
Uno no tenía siquiera que escuchar a Ted Descalzo para disfrutar de la coctelera que llevaba por cabeza, bastaba con verlo. Su atuendo era mitad monje tibetano, mitad patinador chic: pantalones de kickboxing de jean con un cordel a la cintura, una ajustada camiseta sin mangas, sandalias de baño japonesas, un amuleto de latón con forma de esqueleto que le colgaba a la mitad del pecho y un pañuelo rojo atado al cuello. Con la
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