Mujer en punto cero by Nawal El Saadawi

Mujer en punto cero by Nawal El Saadawi

autor:Nawal El Saadawi [El Saadawi, Nawal]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 1975-01-01T00:00:00+00:00


* * *

Al caer el día, me encontré paseando por una calle sin saber dónde me encontraba. Era una avenida limpia, pavimentada, que discurría junto al Nilo, flanqueada de altos árboles a ambos lados. Las casas estaban rodeadas de rejas y jardines. El aire que entraba en mis pulmones era puro y libre de polvo. Encontré un banco de piedra frente al río. Me senté y levanté la cara para recibir el frescor de la brisa. Apenas había cerrado los párpados para reposar cuando oí una voz de mujer que me preguntaba:

—¿Cómo te llamas?

Abrí los ojos y descubrí a una mujer sentada a mi lado. Llevaba un echarpe verde y los ojos maquillados con sombra verde. Las pupilas negras en el centro de sus ojos parecían haberse teñido de verde, un intenso verde oscuro, como los árboles de la orilla del Nilo. Las aguas del río reflejaban el verdor de los árboles y se deslizaban tan verdes como sus ojos. El cielo sobre nuestras cabezas estaba teñido del más perfecto azul celeste, pero los colores se entremezclaban y todo a nuestro alrededor irradiaba un líquido resplandor verdoso que me envolvió, cubriéndome por completo, hasta que sentí que empezaba a hundirme poco a poco en él.

Era una sensación curiosa, esa impresión de hundirme en un verdor oscuro, con una peculiar densidad, una particular consistencia, como el contacto del agua en el mar, un mar en medio del cual yo dormía y soñaba, hundiéndome en sus aguas mientras soñaba y dormía, sumergiéndome poco a poco sin mojarme, descendiendo lentamente sin llegar a ahogarme. Por un instante sentía que yacía recostada sobre su lecho, que me absorbía hasta sus profundidades, y al instante siguiente volvía a elevarme suavemente, flotando cada vez más alto hasta regresar a su superficie, sin haber movido un brazo ni una pierna.

Sentí los párpados cada vez más pesados, como si estuviera a punto de dormirme, pero su voz volvió a resonar en mis oídos. Era una voz suave, con un trasfondo tan blando que casi parecía soñolienta.

—Estás cansada —dijo la voz.

Abrí los párpados con dificultad y le respondí:

—Sí.

El verdor de sus ojos se volvió aún más intenso.

—¿Qué te ha hecho el hijo de perra?, —me preguntó.

Me incorporé sobresaltada, como una persona a quien acaban de despertar bruscamente de un sueño.

—¿A quién se refiere?, —le pregunté.

Se ajustó el echarpe en torno a los hombros, bostezó y continuó hablando en el mismo suave tono adormilado.

—Cualquiera de ellos, no importa cuál. Todos son iguales, todos hijos de perra, aunque lleven nombres distintos. Mahmud, Hassanin, Fawzi, Sabri, Ibrahim, Awdin, Bayumi.

La interrumpí con una exclamación de asombro:

—¡¿Bayumi?!

Soltó una sonora carcajada. Pude vislumbrar sus pequeños dientes blancos y afilados, con un diente de oro justo en el centro.

—Los conozco a todos. ¿Cuál de ellos empezó? ¿Fue tu padre, tu hermano…, uno de tus tíos?

Al oír eso mi cuerpo se estremeció con una violenta sacudida que casi lo levantó del banco de piedra.

—Mi tío —contesté con voz queda.

Volvió a reírse y se echó una punta del echarpe verde por encima de un hombro.



descargar



Descargo de responsabilidad:
Este sitio no almacena ningún archivo en su servidor. Solo indexamos y enlazamos.                                                  Contenido proporcionado por otros sitios. Póngase en contacto con los proveedores de contenido para eliminar el contenido de derechos de autor, si corresponde, y envíenos un correo electrónico. Inmediatamente eliminaremos los enlaces o contenidos relevantes.