Mozart, de camino de Praga by Eduard Mörike

Mozart, de camino de Praga by Eduard Mörike

autor:Eduard Mörike [Mörike, Eduard]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Musical
editor: ePubLibre
publicado: 1855-01-01T00:00:00+00:00


Entretanto, mis manos habían causado la gran desgracia. Némesis acechaba ya tras el seto y avanzaba ahora en figura de un hombre horrible con casaca azul de galones. Una erupción del Vesubio, que hubiera sepultado y cubierto entonces, en aquella velada divina junto al mar, a espectadores y actores y al esplendor entero de Parténope[20], no hubiera causado, por Dios, catástrofe más inesperada ni horrible. ¡El muy diablo! Nadie me ha producido nunca tan fácilmente tanto rubor. Un rostro como de bronce… ¡que guardaba cierto parecido con el del cruel emperador romano Tiberio! Si el sirviente tiene ese aspecto, pensé cuando se hubo marchado, ¡cuál tendrá Su Excelencia! Con todo, a decir verdad, contaba ya con la protección de las damas, y no sin motivos. Porque esa Constanza de ahí, mi mujercita, un tanto curiosa por naturaleza, había hecho que la gorda posadera le contase en mi presencia lo más digno de ser sabido acerca de las personalidades de Vuestras Señorías; yo estaba cerca y lo oí…

En ese punto, Madame Mozart no pudo menos de interrumpirlo y asegurar con viveza que, muy al contrario, el preguntón había sido él; se produjo una alegre disputa entre marido y mujer que hizo reír mucho…

—Sea como fuere —dijo él—, en pocas palabras, así apartado, oí algo acerca de una encantadora hija adoptiva, de cierta novia, muy hermosa, que era la bondad misma y cantaba como un ángel. Per Dio! ¡Ella te sacará del apuro! Ahora mismo te sientas, escribes una cancioncilla, explicas tu tontería en lo posible, ajustándote a la verdad, y todo habrá sido una buena broma. Dicho y hecho. Tuve tiempo suficiente, encontré también un pliego limpio de papel a rayas verdes… ¡Y este es el resultado! En esas bellas manos lo pongo: una canción de novia improvisada, si se quiere considerar así.

Y alargó una hoja pulcramente escrita a Eugenia, por encima de la mesa, pero el tío adelantó su mano a la de ella, cogió la nota y exclamó: —¡Un minuto de paciencia aún, hija mía!

A un gesto suyo, las puertas del salón se abrieron de par en par y aparecieron unos criados que entraron en la sala, discretamente y sin ruido, el funesto naranjo, poniéndolo sobre un banco junto a la mesa; al mismo tiempo, colocaron a su izquierda y derecha dos esbeltos mirtos. Una inscripción sujeta al tronco del naranjo lo identificaba como propiedad de la novia; delante, sin embargo, sobre un lecho de musgo, había, cubierto por un lienzo, un plato de porcelana en el que, cuando se quitó el paño, apareció una naranja cortada, junto a la que el tío colocó, con mirada traviesa, la nota autógrafa del Maestro. Todos dieron rienda suelta a su alegría.

—Yo creo —dijo la Condesa— que Eugenia no sabe qué tiene delante. Probablemente no reconoce a su antiguo favorito con ese nuevo tocado de flores y frutos.

Sorprendida e incrédula, la joven miraba alternativamente al árbol y a su tía.

—No es posible —dijo—. Sé muy bien que se había perdido…

—¿Crees —respondió la



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