Magallanes & Co. by Isabel Soler

Magallanes & Co. by Isabel Soler

autor:Isabel Soler [Soler, Isabel]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Historia
editor: ePubLibre
publicado: 2002-08-15T00:00:00+00:00


12. LAS NAOS Y EL ADIÓS

Doscientos treinta y siete hombres, o doscientos cuarenta y cinco, o los que fueran en total parecen pocos para el viaje que iban a emprender, o muchos, si se los imagina embarcados en cuatro naos y una carabela (o una nao pequeña) cuyas medidas oscilaban entre los ciento veinte toneles de la San Antonio, los ciento diez de la Trinidad, los noventa de la Concepción, los ochenta y cinco de la Victoria y los setenta y cinco de la Santiago. Eran naves de tonelaje muy próximo al que había previsto el obispo Fonseca, hay que advertirlo. Como todo el mundo lo sabe ya —se piden disculpas por ello—, pero quizá no es una tontería recordar que toneles, toneladas, no responde al peso de la nave, evidentemente, sino a la capacidad de carga de sus bodegas. El tonel era la unidad de medida correspondiente a dos barriles o pipas de vino o agua, y la tonelada era el espacio que ocupaba un tonel o, en su caso, dos barriles, y esas proporciones permiten hacerse una idea de las dimensiones de las naos. Si, como se puede observar en la actual réplica de la nao Victoria, de ochenta y cinco toneles, ésta tenía unos veintiocho metros de eslora por unos 7,5 de manga, y en ella embarcaron cuarenta y seis personas, cabe estimar no mucho más de un metro y medio de espacio por tripulante, del que hay que descontar todo lo que se cargó en la nave para las necesidades del viaje. Y ese espacio por tripulante posteriormente se redujo tras la pérdida de la Santiago, ya en la Patagonia, el 3 de mayo de 1520, cuando sus hombres se repartieron entre las otras cuatro embarcaciones. Muy poco espacio.

Lo cierto es que eran barcos tirando a pequeños, lo cual es lógico, porque, por mucho clavo y nuez moscada que se esperase cargar en el Maluco, ésta no era una expedición comercial, sino de exploración por costas y aguas desconocidas, por lo que elegir naves de gran calado y de lenta maniobra hubiera sido un peligro. Las naves de carga ya vendrían después, como bien había previsto la imaginación del financiero Cristóbal de Haro.

El factor Juan de Aranda mandó a Antón Yáñez y a Cristóbal Vizcaíno a Cádiz y a Sanlúcar para que vieran la oferta de barcos, y éstos los eligieron[1]. Pagó Aranda por ellos 1 316 250 maravedís, y cobró por el trabajo 3750 (siempre atento al vaivén de los dineros el factor Aranda, aunque luego se distanció de las gestiones por tener que estar pendiente del pleito con el fiscal de la Corona por sus subrepticios convenios con el aún novicio Magallanes). En cualquier caso, no fueron barcos construidos para la ocasión, eran los que se ofrecían en el mercado naval. Proporcionalmente, la nao más cara fue la Victoria, de ochenta y cinco toneles, por 300 000 maravedís, quizá por ser de nueva construcción o por estar muy bien construida —sin duda era una



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