Los tres usos del cuchillo by David Mamet

Los tres usos del cuchillo by David Mamet

autor:David Mamet [Mamet, David]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Divulgación, Comunicación
editor: ePubLibre
publicado: 1997-12-31T16:00:00+00:00


Violencia

Los estoicos afirmaban que un buen rey puede pasear por las calles sin escolta. El actual servicio secreto de nuestro país gasta decenas de millones de dólares cada vez que el presidente y su comitiva se aventuran a salir.

El dinero y los esfuerzos no se gastan, supuestamente, en proteger la precaria vida del presidente (todas las vidas son precarias) sino en proteger al estado de la idea de que su trabajo es un ceremonial y de que, a pesar de las tentativas de revestirlo de poder real —la Doctrina Monroe, la Ley de Poderes de Guerra, el botón que acciona la guerra nuclear— estamos solo nosotros.

El sentido que tiene la parafernalia del estado es contrarrestar la sensación de vacío. (Se podría dar la vuelta a la idea de los estoicos: un país que no es consciente de que su gobierno es puro ceremonial y de que debe protegerse contra esta idea o bien suprimirla ha de ser necesariamente desgraciado. Los actos de represión pueden provocar una reacción airada y esta ira puede volverse contra el dirigente, que encarna un pensamiento indefendible. Por ese motivo, y no otro, el gobernante no está seguro en la calle).

La razón de ser de nuestro ministerio de Defensa no es «conservar nuestro lugar en el mundo», ni tampoco «ofrecer seguridad contra las amenazas externas». Existe porque estamos dispuestos a tirar todo por la borda —riqueza, juventud, vida, paz, honor, todo— para defendernos contra la sensación de nuestra falta de valía, de nuestra impotencia.

Nuestra posición en el mundo no es endeble, pero nuestro equilibrio mental sí lo es. En nuestra devoción por la idea de nuestra propia superioridad nos parecemos a los jugadores compulsivos que se destruyen representando el drama de su propia pequeñez, que no apuestan para ganar o perder, sino para mantener un equilibrio que solo consiguen mientras juegan. Las pérdidas y las ganancias ponen en evidencia la discrepancia entre las acciones y el subconsciente de los jugadores y, por consiguiente, producen desasosiego.

Cuando ganan, los jugadores no se pueden explicar por qué continúan. Si apostaban por dinero, ¿por qué al lograrlo no se sienten satisfechos? Cuando, ineludiblemente, pierden son incapaces de explicar por qué empezaron a jugar; si era por dinero, ¿por qué no veían que perder era el fin inevitable? Puesto que cualquiera de los dos resultados es insoportable, los jugadores no tienen más remedio que ceder a la compulsión y entregarse al sufrimiento y al absurdo para protegerse de tal descubrimiento.

Nuestra desconcertante política exterior descubre de forma parecida una obsesión por entrar en conflictos armados (como participantes o, si ello no es posible en el momento, como mediadores, pero con la esperanza de que la mediación acabará por convertirse en una intervención directa).

Tal compulsión nos ahorra el trauma de enfrentarnos a la imposibilidad de reconciliar los dos instintos nacionales: la necesidad de confesar y la necesidad de alardear. En Estados Unidos hicimos frente al asunto de Corea haciendo la guerra a Vietnam, hacemos frente al excedente nacional y a la segura situación comercial representando la tragedia de las cajas de ahorros.



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