Los robots no son humanos by Glenn Parrish

Los robots no son humanos by Glenn Parrish

autor:Glenn Parrish [Parrish, Glenn]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Ciencia ficción
editor: ePubLibre
publicado: 1982-01-01T00:00:00+00:00


CAPÍTULO VIII

Visto de frente, el tramo construido parecía recto. Pero si uno se situaba en uno de sus extremos, se apreciaba la curvatura necesaria para una mayor solidez de la estructura.

La curvatura, sin embargo, no era excesiva. En el punto máximo, tenía unos sesenta metros de cuerda, lo que daba una pendiente de 1,2 por ciento, apenas perceptible para los potentes motores eléctricos que proporcionaban energía a todos los vehículos.

Uno tras otro, los gigantescos camiones entraban en el puente y lo cruzaban a marcha lenta. Cada vehículo pesaba unas cincuenta toneladas y llevaba cien de carga. La longitud total de cada camión era de sesenta metros y su anchura de diez.

Había ocho camiones por cada hilera, teniendo en cuenta la separación que debía existir entre cada uno de ellos. Cada columna tenía unos sesenta y cinco, de modo que el total de vehículos que iban a situarse sobre el puente superaba largamente la cifra de quinientos.

El peso total que soportaría el puente rozaría las ochenta mil toneladas. Era excesivo en cifras, aunque no según los cálculos de solidez. Normalmente, no habría quinientos camiones pesados al mismo tiempo en un solo tramo ni todos estarían cargados a tope. En un día de máximo tránsito, podía haber, a la vez, treinta o cuarenta camiones, circulando en ambos sentidos y en toda la longitud del puente, además de los vehículos de menor tamaño. La carga seria diez veces menor y repartida entre siete tramos, en lugar de pesar en uno solo.

Uno tras otro, los camiones, tripulados indistintamente por robots y humanos, iban entrando en el puente y situándose en los lugares previamente asignados y marcados en el suelo. Cuando un camión se paraba, su conductor saltaba al suelo y se reunía con los vecinos para charlar y cambiar impresiones sobre un hecho que, según decía la propaganda iba a marcar un hito en la ingeniería de la Tierra.

La altura del puente sobre el mar era de unos ciento veinte metros. Los laterales estaban protegidos por sólidas barandillas, capaces de soportar el impacto de un camión imprevistamente desviado de su ruta. Muchos de los conductores y también operarios, se hallaban en el puente, contemplando las aguas desde el parapeto y disfrutando de la magnífica temperatura de aquel día.

Habían entrado ya casi quinientos camiones y solamente faltaban unas dos docenas. Drey contemplaba el espectáculo desde las inmediaciones de su oficina. Sentíase orgulloso del trabajo, aunque no pudiera considerarlo estrictamente suyo.

Alguien gritó su nombre súbitamente:

—Señor Drey, le llaman por videófono —dijo uno de los capataces.

—Que espere el que sea…

—Es muy urgente, señor —insistió el hombre—. Le llama una tal Eva Sharkan… Drey lanzó una exclamación de alegría.

—¡Eva!

Y echó a correr hacia el barracón.

El videófono estaba encendido. La pantalla tenía las dimensiones suficientes para poder ver a la joven en tamaño natural.

—Eva, cuánto me alegro de verte…

—¡Adam, suspende inmediatamente la operación! —gritó la joven—. Ordena retirar todos los camiones del puente, ¿me has oído?

Drey se quedó estupefacto.

—Pero… ¿A qué viene eso?

—Haz lo que te digo inmediatamente o se producirá una catástrofe.



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