Los quinientos millones de la Begun by Jules Verne

Los quinientos millones de la Begun by Jules Verne

autor:Jules Verne [Verne, Jules]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Ciencia ficción
editor: ePubLibre
publicado: 1879-01-01T00:00:00+00:00


8. La caverna del Dragón

No habrá de sorprender al lector hallar al joven alsaciano, cuya afortunada progresión ha seguido hasta aquí, en una estrecha familiaridad con Herr Schultze. En algunas semanas se habían hecho inseparables. Juntos trabajaban, comían, paseaban por el parque, fumaban sus pipas y bebían jarros de cerveza. Nunca le había sido dado al ex profesor de Jena hallar un colaborador tan idóneo, capaz de comprenderlo, por así decirlo, con medias palabras, y de utilizar tan rápida y eficazmente sus planteamientos teóricos.

Al mérito de sus profundos conocimientos en todas las ramas del oficio, unía Marcel los de ser un compañero encantador, un trabajador tenaz y concienzudo y un inventor modestamente fecundo.

Herr Schultze estaba encantado con él. Cada día se decía por lo menos diez veces in petto: «¡Qué hallazgo! ¡Es una perla este muchacho!».

La verdad es que Marcel había conocido, a las primeras de cambio, el carácter de su terrible patrón. Había visto que su facultad dominante era la de un egoísmo inmenso, omnívoro, que se exteriorizaba en una feroz vanidad. Y Marcel se había aplicado religiosamente a regular en todo momento su conducta sobre esas características.

En pocos días, el joven alsaciano había aprendido a manejar tan bien aquel teclado que había llegado a «tocar Schultze» como se toca un piano. Su táctica consistía, simplemente, en manifestar su propio mérito tanto cuanto le fuera posible, pero cuidando de dejar siempre al otro la posibilidad de restablecer su superioridad sobre él. Por ejemplo, al acabar un dibujo lo hacía siempre con la mayor perfección, con la salvedad de un defecto, tan fácilmente visible como corregible, que permitía al ex profesor señalarlo en seguida con exaltación. Cuando se le ocurría una idea teórica, trataba de hacerla nacer de la conversación, de tal suerte que Herr Schultze pudiese creer haberla hallado por sí mismo. A veces llevaba el sistema aún más lejos, diciendo, por ejemplo:

—He trazado los planos que me pidió del buque con espolón propulsor.

—¿Que yo le pedí? —preguntó Herr Schultze, quien no había pensado nunca en semejante cosa.

—Sí. ¿Lo ha olvidado usted…? Un espolón de propulsión que deje en el flanco del enemigo un torpedo fusiforme para que estalle tras un intervalo de tres minutos.

—No me acordaba ya. Tengo tantas ideas en la cabeza…

Y Herr Schultze se embolsaba concienzudamente la paternidad del nuevo invento.

Quizá, después de todo, sólo se dejaba engañar a medias por tales maniobras. Probablemente sentía, en el fondo, la superioridad de Marcel sobre él. Pero, por una de esas misteriosas fermentaciones que se operan en los cerebros humanos, llegaba a contentarse fácilmente con parecer superior y, sobre todo, con hacérselo creer a su subordinado.

«Con toda su inteligencia, es un tonto», se decía a veces, descubriendo silenciosamente en una risa muda las treinta y dos fichas de dominó de su mandíbula.

Su vanidad había hallado muy pronto una escala de compensación. Él era el único en el mundo que podía realizar esos sueños industriales… Era él quien daba valor a esos sueños… A fin de cuentas, Marcel no era más que un engranaje de la organización que él, Schultze, había creado, etc.



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