Los aerostatos by Amélie Nothomb

Los aerostatos by Amélie Nothomb

autor:Amélie Nothomb [Nothomb, Amélie]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 2020-08-20T00:00:00+00:00


* * *

Cuando el padre me interceptó excusándose por las confidencias que había tenido que escuchar, le dije que su hijo necesitaba ayuda psicológica.

—¡No está enfermo! —se sublevó.

—No. Está angustiado.

«No es para menos», pensé.

—Eso no es de su incumbencia, señorita. No le repetiré sus palabras: la odiaría por ello.

—¿Espera que se lo agradezca? —dije recogiendo el sobre con mi salario.

—Tengo la impresión de ser su psicóloga. No es lo mío.

—Renuncia y déjalo.

—Si no voy yo, ¿quién irá?

—Nadie es insustituible.

Donate tenía razón y sabía que yo lo sabía.

—Desde que te ocupas de él te has acercado más a mí —añadió—. Es como si necesitaras hablar con alguien equilibrado.

«¿Equilibrada, ella?». No respondí, porque en el fondo estaba diciendo la verdad: me había acercado a ella. Y me sentía contrariada por ello. Tenía que reaccionar: ampliar mis relaciones. Por desgracia, en la universidad seguía siendo igual de invisible.

En clase, al día siguiente, el profesor de Mitologías Comparadas preguntó a los alumnos la etimología del nombre Dioniso.

—¿Nacido dos veces? —sugerí.

Un tipo que no sabía que me detestaba gritó en el anfiteatro:

—¡Menuda idiota! Pero ¡qué idiota!

El resto de los alumnos estalló en una carcajada. Mis mejillas palidecieron. Cuando el silencio se restableció, el profesor dijo tranquilamente:

—No era la respuesta correcta y, sin embargo, resulta interesante. Dioniso significa «nacido de Zeus».

En realidad me había equivocado al considerarme invisible. No lo era, puesto que me detestaban. Al menos, ese chico que había vociferado en mi contra me odiaba. Se llamaba Régis Warmus y era un bocazas. Nunca le había dirigido la palabra y él a mí tampoco. En cuanto a los demás alumnos, puede que, en efecto, no hubieran reparado en mí hasta entonces, pero en adelante seguirían la voz de su amo.

Warmus era el seductor de la clase. Convencido de su belleza, transmitía una seguridad increíble. Seducía tanto a hombres como a mujeres, sin que supiera hasta qué punto llegaba con unos y con otras. El profesor de Teoría de la Tragedia estaba locamente enamorado de él, al igual que la mayoría de las chicas de Filología. De hecho, nunca entendí por qué había elegido esa carrera: devorado por la ambición, aspiraba a convertirse en director de cine en Hollywood.

Al final de la clase permanecí sentada hasta que todos los alumnos estuvieron fuera para no cruzarme con nadie. Salí cuando el anfiteatro se vació. Tuve la desagradable sorpresa de comprobar que el profesor de Mitologías Comparadas me estaba esperando. Me invitó a tomar una copa. Demasiado pasmada para saber cómo reaccionar, acepté.

Por suerte me llevó a un café de fuera de la universidad, donde no nos encontramos con ninguna cara conocida. Pedí un té y él, un café irlandés.

—Bueno, Ange, ¿la detestan? —empezó él.

—No lo sabía. Me he enterado al mismo tiempo que usted.

—No, yo lo sabía desde hace mucho.

—¿Y eso?

—Siempre he observado que se queda sola en su rincón.

—Eso no significa que me detesten.

—Salta a la vista que sí. ¿Por qué?

—No tengo ni idea.

—Quizá porque no se acerca a los demás.

—Eso no es verdad. ¡Cuántas



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