Los últimos días de los hombres perro by Brad Watson

Los últimos días de los hombres perro by Brad Watson

autor:Brad Watson [Watson, Brad]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 1996-01-01T00:00:00+00:00


* * *

Seguíamos bajo el frente helado y brumoso cuando cruzamos la barrera de ganado que conducía a la granja, descargamos nuestras cosas a toda prisa, las metimos en la casa y encendimos la chimenea para espantar la rasca que hacía allí dentro. Posé las manos en las viejas paredes de yeso. Estaban tan frías como las ventanillas de la ranchera durante el trayecto.

En breve, la amplia estancia comenzó a caldearse. Nos tomamos sendas tazas de café de achicoria bien espeso frente al fuego, luego nos pusimos los chaquetones, nos calzamos las botas, cogimos las armas, persuadimos a la joven Mary para que se levantase de la alfombra que había frente a la chimenea (no quería levantarse, seguía con la barbilla pegada a la alfombra y nos miraba con sus grandes ojos pardos, con la esperanza de que la dejásemos en paz), y salimos a recorrer el trazado de la cerca.

Seguir el trazado de una cerca a través de los prados húmedos bajo una llovizna insistente tiene algo de agradable siempre que vaya uno bien pertrechado contra las inclemencias del tiempo. El mundo está alcanzando el punto de saturación, el aire es uniformemente frío y húmedo. Te envuelve igual que la ropa de abrigo y se siente cercano y, de algún modo, tonificante. No sé. Supongo que en otros tendrá el efecto contrario, pero a mí me toca la fibra. Chapoteas por los campos embarrados, te quedas un poco entumecido y sientes que algo se afloja un poquito en tu interior. No hay nada que se le parezca. Caminar en el frío sin que llueva también tiene su aquel, pero no es lo mismo. Caminar bajo la lluvia aligera todo lo malo que llevas dentro. Te hace sentir bien, tu corazón es lo bastante grande para acaparar cualquier desdicha. Caminas, sudas sangre, y te sientes fuerte. La perra trotaba de aquí para allá, a la buena de Dios, husmeándolo todo, tropezándose con bandadas empapadas y brincando como una idiota cuando alzaban el vuelo despavoridas sobre su cabeza. Nadie critica a nadie. Disparas de vez en cuando a un pájaro, te haces con un par de piezas, lo suficiente para darle un poco de alegría al arroz de la cena. Nada de botines cuantiosos. Sin preocupaciones. Ningún deseo más allá de lo que necesitas. Es tanto un paseo como una partida de caza. No hablamos de mujeres. Casi ni abrimos el pico.

Recorrimos de cabo a rabo las cuatrocientas hectáreas de la finca. Los árboles que bordeaban los confines de los pastos parecían más bien fantasmas de árboles en la niebla gris. Habíamos abatido algunas codornices junto a la cerca y en las proximidades del riachuelo. Más adelante, donde los rollos de heno, en la loma del norte, espantamos a unos pájaros que fueron a esconderse a una arboleda baja y tupida, una mescolanza de frondosas. Nos desplegamos y nos adentramos entre los árboles; cuando los pájaros se espantaban, disparábamos, uno aquí, dos allí, sin darles. Las ramas nudosas que se retorcían desde los troncos cortos y robustos seguían conservando algunas hojas, negras y húmedas.



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