Las rosas de piedra by Julio Llamazares

Las rosas de piedra by Julio Llamazares

autor:Julio Llamazares [Llamazares, Julio]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Viajes
editor: ePubLibre
publicado: 2008-01-01T05:00:00+00:00


La sombra de Hemingway

Llueve incesantemente. Llueve fuerte y sin descanso sobre San Sebastián y sus carreteras, que son tantas como pueblos se agolpan a su alrededor. Más incluso, pues algunas se superponen y entrecruzan entre ellas.

La del viajero es la de Tolosa. Una carretera en curva, como todas las de esta tierra, que enlaza la antigua capital de la provincia con la nueva y, más allá de aquélla, a través del alto de Echegárate, con Alsasua y con Vitoria y con el resto de la Península. Aunque el viajero se desvía a la altura de Andoain, poco después de San Sebastián, por la autovía que conduce hacia Pamplona por un paisaje lleno de caseríos y bosques llenos de bruma. Es la autovía de Leizarán, esa cuya construcción estuvo rodeada de atentados terroristas y polémica, precisamente a causa de su trazado. Aunque hoy ya nadie se queje de su existencia y menos los camioneros que comparten desayuno y mesa con el viajero en la Venta de Pagocelai, un antiguo mesón de carretera transformado en moderna estación de servicio gracias a la construcción de aquélla.

La venta ya está en Navarra. En lo alto de los montes que separan esa región de Guipúzcoa y cuya capital es Leiza. Unos montes batidos hoy por la lluvia, que cada vez cae más intensamente.

La lluvia, prácticamente un diluvio cuando el viajero vuelve a su coche, le acompaña ya hasta Pamplona. Si es cierto el refrán que dice que septiembre seca las fuentes o lleva los puentes, está claro que éste es de los segundos, pues apenas ha parado de llover desde su inicio. ¿Seguirá así hasta el final?

El viajero lo piensa mientras aparca, después de dar varias vueltas, junto a la plaza de toros, ese santuario pagano que Pamplona tiene junto a su parte antigua. Y que enlaza con ésta a través del recorrido que, en el sentido contrario, hacen todos los años los corredores que participan en los encierros de toros de San Fermín. El viajero lo sabe porque estuvo un par de veces viéndolos desde la barrera cuando todavía era joven y le gustaban las fiestas, no como ahora. Ahora prefiere la soledad o, como mucho, esas fiestas de andar por casa que todavía se celebran en algunos lugares perdidos del país.

Pero, ahora, la calle de la Estafeta, la principal del recorrido sanferminero, está tranquila y desierta a causa de la lluvia que cae sobre la ciudad. Una lluvia que golpea en el asfalto y que convierte su parte vieja en un decorado, con los escaparates de los comercios empañados por el vaho y los tejados y canalones chorreando agua. Ciertamente parece que el otoño haya llegado ya a esta ciudad.

Cerca de la catedral, la sensación de estar en otoño aumenta. Un grupo de peregrinos cubiertos con impermeables se fotografía bajo la lluvia, componiendo una imagen singular: con las cabezas cubiertas por las capuchas, parecen monjes modernos y el bulto de sus mochilas, que los impermeables subrayan, les dan un aire de jorobados. Quizá lo sean —de Notre-Dame—, pues son franceses, por cómo hablan.



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