La princesa y Curdie by George MacDonald

La princesa y Curdie by George MacDonald

autor:George MacDonald [MacDonald, George]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Fantástico
editor: ePubLibre
publicado: 1882-01-01T00:00:00+00:00


LA BODEGA

Encendió la vela y examinó la puerta. Aunque se veía vieja y destartalada, estaba muy bien encajada con bisagras a un lado y cerradura o pestillos al otro, no sabría decir cuál de los dos. Tras usar brevemente su navaja de bolsillo, pudo hacer sitio para introducir su mano y brazo, topándose entonces con un gran pestillo de hierro, aunque tan oxidado que fue incapaz de moverlo. Lina soltó un aullido. Curdie tomó la navaja de nuevo, agrandó el agujero y retrocedió. Entonces Lina introdujo su cabecita y su cuello alargado, sujetó el pestillo entre los dientes y, entre chirridos y más chirridos, lo corrió. Un empujón bastó para abrir la puerta. Se trataba del pie de un tramo corto de escaleras. Así que las remontaron, y una vez arriba, Curdie se halló ante una estancia que, por el eco de sus pisadas, parecía bastante grande, aunque a primera vista y sin encontrar nada al tantear con las manos, no podía precisar de qué lugar se trataba. Fue entonces cuando se tropezaron con un enorme objeto: se trataba de un tonel de vino.

Se disponía a explorar la estancia de cabo a rabo cuando oyó pasos que descendían una escalera. Permaneció quieto, sin saber si la puerta se abriría unos centímetros por delante de su nariz o veinte metros por detrás. No ocurrió ninguna de las dos cosas. Oyó como giraba la llave en la puerta, introduciéndose, a unos quince metros a su derecha, un chorro de luz que arruinó la oscuridad.

Un hombre que portaba una vela en una mano y una jarra de plata en la otra entró y se aproximó a él. La luz reveló una fila de toneles de vino que se extendía hasta la oscuridad de la otra punta de la gran bodega. Curdie retrocedió hasta el hueco de la escalera, y apostándose en el recodo, le observó sin dejar de pensar en lo que haría para evitar que el hombre los encerrara. Iba de acá para allá, y Curdie temió que pasara por el hueco de la escalera y los descubriera. Estaba en un tris de salir y reducir al hombre antes de que diera la voz de alarma (aunque no tenía la menor idea de lo que haría a continuación), cuando, para su alivio, el hombre se detuvo ante el tercer tonel. Colocó la vela encima, abrió lo que parecía ser una gran espita y vertió en el interior un líquido procedente de la frasca. Se volvió entonces al siguiente tonel, sacó algo de vino, aclaró la frasca y tiró el vino, volvió a sacar otro poco, aclaró el recipiente y volvió a tirarlo, y así una y otra vez hasta que finalmente bebió de la frasca apurando hasta el fondo. Por último, la llenó con el vino del tercer tonel, repuso la espita, tomó la vela y se dirigió a la puerta.

«Aquí hay algo raro», pensó Curdie.

—Háblale, Lina —susurró.

La perra profirió tal aullido que el propio Curdie no pudo por menos de sobresaltarse y retemblar por un momento.



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