La pluma del flamenco by Laurens Van der Post

La pluma del flamenco by Laurens Van der Post

autor:Laurens Van der Post [Van der Post, Laurens]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 1955-01-01T00:00:00+00:00


Capítulo XII

UNO DE LOS TRES CAMINOS

DE modo que allí estábamos los dos, Tickie y yo, solos en aquella inmensidad solitaria y cubierta por la niebla, seguramente los únicos supervivientes de la expedición que había salido de Fort Emmanuel para cruzar el Umpafuti Negro hacía menos de quince días. ¿Y qué haríamos después? No era difícil la respuesta.

Si queríamos sobrevivir, llegar al final de la pista en Umangoni, a centenares de kilómetros de distancia, teníamos que componérnoslas para que no nos descubrieran hasta la noche. De sobra sabía yo que la persecución apenas había empezado y que, una vez levantada la niebla, sería un juego de niños para aquella gente descubrirnos, por mucho que nos ocultásemos. Pero si los eludíamos hasta la caída de la noche o, por lo menos, hasta que lloviese por la tarde, teníamos algunas probabilidades de escapar. Sin embargo era muy distinto saber lo que debíamos hacer, y hacerlo efectivamente. Sin embargo, procuramos borrar lo mejor posible las huellas que habíamos dejado en nuestra breve permanencia en el bosque. Trabajábamos en silencio y como si estuviéramos en pleno ensueño, pues yo sabía que un enemigo tan temeroso y suspicaz como el nuestro miraría todos los rincones y escondrijos con tanta penetración que sería inútil cualquier camuflaje. Lo único que podía ayudarnos era el paso del tiempo, el viento y la lluvia.

Nos movíamos con extremada cautela pues en cualquier momento podría arrojarnos por la espalda una lanza uno de los exploradores takwena. Me preocupaba obsesivamente el estado del tiempo. La niebla se transformaba lentamente en inmensos cúmulos que se rizaban sobre la tierra como si lo hicieran de mala gana. Era como si tuvieran toda la eternidad para completar la forma que les había sido designada. Mientras, rayos sueltos de sol caían aquí y allá sobre caprichosos objetivos del lago o de la vegetación. Siempre que me detenía a mirar al cielo sentía el deseo de invocar a los dioses de este mundo antiguo para que se dieran prisa en envolvernos con la mayor capa de lluvia posible y que nos protegiera también con los truenos más poderosos. Cuando terminamos de borrar las huellas y antes de buscar un nuevo refugio, me encaramé a un árbol hasta tener una amplia vista de las rojizas aguas por un lado y, por otro, los sombríos matorrales que parecían agarrarse desesperadamente a las pendientes que descendían hacia la llanura.

En vez de un vigía, había ya dos sobre el Estrella de la Verdad. Vigilaban la tierra con gemelos. Pero esto no me importaba. Donde terminaba la densa masa de vegetación costera y empezaba la llanura, el aire estaba lleno de revoloteos de pájaros. Esto era anormal. Observé unos momentos aquella aparición súbita de bandadas y me convencí de que señalaban con toda exactitud el movimiento de una larga fila de exploradores que daban una batida por entre la maleza exactamente igual que los corchos que flotan sobre el agua del mar revelan la presencia de las redes que se van cerrando bajo ellos.



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