La piedra de la castidad by Margery Sharp

La piedra de la castidad by Margery Sharp

autor:Margery Sharp [Sharp, Margery]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Humor
editor: ePubLibre
publicado: 1940-01-01T00:00:00+00:00


CAPÍTULO 11

1

uando Nicholas habló con el joven Arthur el sábado, este le prometió acometer la operación Levantamiento de Piedra el lunes, pero el lunes Nicholas, absorto en su plan respecto a la señorita Hyatt, se olvidó por completo del asunto y, al parecer, lo mismo le pasó al joven Arthur. El martes por la mañana, el profesor Pounce, al ir a visitar por segunda vez a la señora Ada Thirkettle, vio que la piedra seguía aún en su sitio y volvió a la vieja casa señorial con una actitud muy desagradable.

—Supongo que eres consciente —le dijo a Nicholas— de que las clases en la universidad se reanudan en octubre.

—Claro, tío Isaac —repuso incauto el muchacho.

—¿Y de que no tengo la facultad de estar en dos sitios a la vez?

—Por supuesto, tío Isaac…

—¿Y no se te ocurre nada que puedas hacer —continuó el profesor con calma— para que la ausencia de esa facultad en mi persona carezca de importancia?

Nicholas se sonrojó.

—Si se refiere a sacar la piedra, señor…

—Pues sí, la verdad —dijo el otro con un gesto de asentimiento insultante—. Por fin lo has entendido. Haz el favor de zanjar el asunto esta tarde.

El chico fue entonces al pueblo para desquitarse con el joven Arthur. Sin embargo, no contaba con la técnica de su tío y la noble consternación del carretero lo desarmó. El joven Arthur estaba segurísimo de que había dicho el martes y defendió esta errónea convicción con tal elocuencia que el propio Nicholas dudó. No obstante, se quedó allí vigilándolo mientras cogía las herramientas, se cambiaba el saco que llevaba a modo de delantal por otro delantal hecho de saco, se pasaba un peine por el pelo, se calzaba un par de botas y, quién sabe por qué, depositaba la suma de dos chelines y once peniques en la esquina de la chimenea. (Nicholas estuvo a punto de preguntarle si no iba a hacer testamento. El profesor lo habría hecho, desde luego). Todos estos preparativos, ejecutados con gran lentitud, daban a la empresa un profundo aire de solemnidad, pero por fin el joven Arthur estuvo listo (solo le faltaba un barril de brandi al cuello) y los dos juntos se pusieron en marcha.

El joven Arthur era un personaje extraordinario. Aun irritado como estaba, Nicholas no pudo evitar sentirse orgulloso de que lo vieran con él. Caminar a su lado era como hacerlo en una procesión. Debería haber sido, por lo menos, el alcalde.

—¿Dónde quiere que la lleve?, —preguntó el joven Arthur cuando se detuvieron frente a la puerta de la señora Thirkettle.

Nicholas vaciló. Creía que por treinta chelines debía sacarle al joven Arthur todo el trabajo posible y, además, se ahorraría muchos problemas si la piedra volviera directamente al arroyo Bowen. Pero él no sabía, como sin duda lo sabría su tío, cuál era el lugar preciso.

—¿Cuánto tardará?, —le preguntó.

—Una hora, más o menos —dijo apesadumbrado el carretero. Pero no parecía lamentarse por el hecho de que fuese mucho, sino más bien poco, como si no fuera digno de él aceptar cualquier trabajo de menos de un año.



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