La noche hambrienta by Rafael Balanzá

La noche hambrienta by Rafael Balanzá

autor:Rafael Balanzá [Balanzá, Rafael]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2011-09-06T00:00:00+00:00


Los problemas de Fabio

Después de haber decidido revelarle el contenido de la llamada, la doctora Perea no se sintió capaz de impedirle que hablara con su hijo. Únicamente consiguió convencerlo para que esperase a la tarde, cuando se hubiera recuperado del esfuerzo de aquella larga sesión, que la psiquiatra dio, muy a su pesar, por concluida. Comprendía que no había modo de continuar en aquellas condiciones, así que se resignó a dejarlo para la mañana siguiente.

A mediodía, Beltrán no logró probar bocado. No tenía el menor apetito. Estuvo encerrado en su cuarto a partir de las dos, intentando dormir, pero tampoco lo conseguía. La doctora lo había autorizado a aumentar la dosis de hipnóticos, en caso de que no encontrara la forma de relajarse. Así que, en lugar de uno, aquella tarde ingirió dos comprimidos. Y de ese modo, por fin, se durmió. Soñó mucho.

Soñó que uno de sus antiguos amigos tenía un problema grave. Quizá su mujer lo había dejado por otro hombre. Él procuraba darle buenos consejos, aunque por dentro estaba pensando: «Es lo que te mereces». Y temía que en cualquier momento su amigo pudiera descubrir esos pensamientos. Cerca de ellos, había un hombre sentado, un mendigo. Ese hombre se estaba rascando con fuerza un brazo. Pero en realidad no había brazo: era un muñón. En un momento dado, de ese muñón asomaba por un instante la cabeza de un gusano parecido a una tenia.

Soñó que estaba con sus compañeros de clase en el comedor del colegio. Dios paseaba entre las mesas. Dios era calvo y vestía un chándal rojo de nailon que hacía mucho ruido. Había suciedad. Restos de comida aplastados y pegados bajo la mesa. Sentía una mano que le hacía cosquillas en la nuca. Salía corriendo al patio, se metía en los aseos y se masturbaba mientras sonaba la sirena del recreo.

Soñó que se asomaba por una ventana y veía a un grupo de gente apiñada en un patio. Algunos eran conocidos. Subía rápidamente por las escaleras y se asomaba desde otra ventana más alta. Repetía esta operación varias veces; hasta que, de pronto, se veía solo en medio del patio. Ahora estaba desnudo. Alrededor, sobre su cabeza, había mucha gente asomada a las ventanas y riendo. Entre ellos estaba la doctora Perea. Tenía delante un plato, en el suelo, y algunos le pedían que eyaculase en el plato.

A las cinco menos cinco despertó con un brazo completamente entumecido, insensible del todo, y sufrió mucho para devolverle el flujo sanguíneo. Permaneció un rato en la habitación, revolviendo entre sus cosas, intentando sacudirse el sopor de aquella pesada siesta. Su equipaje era un caos. Apenas había sacado lo imprescindible, y en la bolsa de viaje encontraba continuamente cosas extrañas e inútiles. Por curiosidad, estuvo leyendo un rato un folleto publicitario, indudablemente relacionado con el trabajo de Alicia. Anunciaba tratamientos de depilación:

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