La mujer de blanco by Wilkie Collins

La mujer de blanco by Wilkie Collins

autor:Wilkie Collins [Collins, Wilkie]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 1860-01-01T00:00:00+00:00


IX

19 de junio: Una vez a salvo en mi habitación abrí de nuevo estas páginas y me dispuse a terminar de poner por escrito la parte del día que aún me faltaba por escribir.

Por espacio de diez minutos, puede que más, permanecí sin anotar nada, con la pluma en la mano, repasando los acontecimientos de las últimas doce horas. Cuando por fin me puse manos a la obra, descubrí una dificultad en la escritura que hasta entonces no había tenido nunca. A pesar de todos mis esfuerzos por fijar mis pensamientos en el asunto que me ocupaba, estos volvían con extraña insistencia hacia sir Percival y el conde Fosco, y todo el interés que deseaba concentrar en mi diario se centraba, por el contrario, en esa entrevista privada que se iba a celebrar entre ellos dos, y que había sido aplazada a lo largo de todo el día, aunque ahora por fin tendría lugar en el silencio y la soledad de la noche.

En este desquiciado estado de ánimo, el recuerdo de todo lo ocurrido desde la mañana no me venía a las mientes, y no me quedó más remedio que cerrar el diario y dejarlo para mejor ocasión.

Abrí la puerta que daba de mi dormitorio a la antesala y, tras haberla cruzado, la cerré a mis espaldas para prevenir un accidente por si acaso hubiera una corriente de aire, pues había dejado la vela encendida sobre la mesa. La ventana de la antesala estaba abierta de par en par, y me asomé a ella para contemplar con apatía la noche.

Reinaban la oscuridad y el silencio. No se veía la luna, ni tampoco lucían las estrellas. En el aire inmóvil y sofocante se advertía el olor de la lluvia, por eso saqué la mano por la ventana. No. La lluvia solo era una amenaza, no había comenzado aún.

Permanecí asomada a la ventana más o menos un cuarto de hora, contemplando distraída las negras sombras y sin oír nada más que, a veces, las voces de los criados, o bien el ruido lejano de una puerta que se cerraba en la planta baja de la casa.

Cuando ya me daba la vuelta, fatigada, para volver a mi dormitorio y hacer un segundo intento por completar la anotación inconclusa en mi diario, percibí el olor a tabaco que llegaba hacia mí en el cálido aire de la noche. Acto seguido vi una minúscula brasa roja que avanzaba desde el extremo contrario de la casa. No me llegó el ruido de los pasos, no vi más que aquella brasa. Avanzaba suspensa en la noche, pasó ante la ventana en que me encontraba y se detuvo frente a la ventana de mi dormitorio, dentro del cual había dejado la vela encendida sobre la mesa.

La brasa permaneció inmóvil unos momentos, y luego regresó por donde había venido. Mientras seguía su desplazamiento con los ojos, vi una segunda brasa igual de roja, pero más grande que la primera, que se acercaba a esta desde lejos. Las dos se unieron en la oscuridad.



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