La mansión del amor by Barbara Cartland

La mansión del amor by Barbara Cartland

autor:Barbara Cartland [Barbara Cartland]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico, Bantam
publicado: 2016-02-14T02:09:27+00:00


Capítulo 5

A la mañana siguiente, mientras volvía al campo, el conde tenía la sensación de escapar de algo que lo inquietaba vivamente y le hacía sentirse molesto.

Mientras cenaba con Caroline la noche anterior, comprendió que ella había concertado la cita con algún propósito especial y era evidente que no iba a cambiar de opinión.

Pero Kirkhampton se dijo que no permitiría que lo presionaran, alterasen sus planes o estropearan el refinamiento que deseaba alcanzar.

Desde niño había buscado la perfección en todo lo que hacía.

La razón de que fuera tan buen jinete se debía a que no sólo tenía una habilidad natural para la equitación, sino que la había estudiado, así como a los animales, y siempre estaba dispuesto a tomar en consideración nuevas ideas cuando se le presentaban.

Lo mismo sucedió respecto a sus estudios cuando estuvo en Oxford y sus maestros se asombraban por la forma en que se concentraba en el trabajo, a pesar de las tentaciones frívolas irresistibles para la mayoría de sus compañeros.

Cuando se quemó su mansión familiar, decidió construir una nueva y para eso visitó las más famosas de Inglaterra y Francia, consultó arquitectos de ambos países y reunió una biblioteca sobre el tema.

Quienes trabajaban para él se maravillaban de la percepción que tenía para los detalles.

Decidió, por ejemplo, importar caballos percherones de Normandía, porque se había comprobado que eran los más fuertes y resistentes para las labores de construcción.

Cuando ya estuvieron echados los cimientos de la casa, el conde sabía más de la construcción que cualquiera de los arquitectos, diseñadores o contratistas que empleaba.

Justo cuando acababa de tener la idea de construir la casa, conoció a lady Caroline Blakeley y le pareció la joven más hermosa que había visto en su vida.

Había estado siempre tan ocupado ganando carreras, mejorando su equitación y educándose, que no había prestado mucha atención a las mujeres.

El que ellas reparasen en un hombre como Kirkhampton y lo asediaran era inevitable.

No sólo era extremadamente apuesto; además pertenecía a una de las principales familias inglesas y era conocida su inmensa fortuna.

Sin embargo, él no prestó atención a las ambiciosas madres que le tendían todo tipo de trampas ni a los encantos de las mujeres casadas con maridos complacientes.

Había tenido dos o tres amoríos que pronto terminaron, porque él siempre descubría algo más interesante que jugar al amante ardiente.

Por supuesto, tenía una «entretenida» por la sencilla razón de que era una costumbre de moda, igual que poseer soberbios caballos o pertenecer a los clubes más selectos.

Pero también a las cortesanas les resultaba difícil mantenerlo mucho tiempo interesado y, una vez que se buscaban un «protector» más atento, al conde le costaba trabajo hasta recordar sus nombres.

Pero se enamoró de la belleza de Caroline, que le parecía sin igual.

Representaba para él el epítome de la perfección y eso era lo que buscaba en su vida y en su esposa; la castellana ideal para aquella casa magnífica que ya tomaba forma en su mente.

Y en cuanto ella lo aceptó, se dedicó de lleno a construir lo que habría de ser marco único para su belleza.



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