La liebre mecánica by Ledicia Costas

La liebre mecánica by Ledicia Costas

autor:Ledicia Costas [Costas, Ledicia]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Juvenil
editor: ePubLibre
publicado: 2022-10-13T00:00:00+00:00


Cuervo

No quiero salir de casa. Ojalá pudiera quedarme aquí, dentro de esta habitación, hasta que todo haya pasado. Poner música, cerrar los ojos y dejar que avancen las semanas. ¿Cómo es posible que todo se haya torcido de esta manera? Solo quería ayudar a Kike y ahora tengo más problemas que él. La diferencia es que yo no puedo acudir a nadie para que me saque de este marrón. Si alguien descubriera la verdad, me moriría de la vergüenza. Mis padres, Pánico… Y Nana, que no va a querer saber nada de mí nunca más. Lo he estropeado todo. Teníamos una relación increíble y ahora solo hay dolor a mi alrededor.

Cuando Soprano me dejó la pasta para apostar y me habló de los intereses, no me dio tiempo a asimilar la información. No hice cuentas, eran demasiados datos y las ganas de jugar me comían por dentro. Me pudo el ansia. Además, en aquel momento estaba convencido de que iba a ganar. Y gané. Vaya si gané. Llegué a casa eufórico y me comí una bronca épica de mis padres. Pensaron que me había pasado algo malo y que por eso no contestaba al móvil ni daba señales de vida. Fueron muy duros, pero lo que peor me sentó fue que Pánico no me apoyara. Se mantuvo al margen, sin abrir la boca, y luego vino a mi habitación a hablar conmigo a solas:

—Cuervo, ¿en qué estás metido? —me preguntó—. No te vemos el pelo. El poco tiempo que estás en casa te lo pasas encerrado. Llevas la ropa toda arrugada, tienes ojeras, casi no comes…

—¿Qué coño quieres? Papá y mamá me acaban de poner de vuelta y media, ¿no te parece que ya he cobrado bastante por hoy?

—Papá y mamá estaban preocupadísimos por ti. ¡Yo también! Habla conmigo. Dime qué está pasando. Si no me lo dices, no te puedo ayudar.

—Ya pareces Nana, qué coñazo —le contesté—. Estáis todos insoportables.

En aquel momento solo quería que me dejaran en paz, por eso le hablé así.

—Cuando vuelvas a ser una persona y no el mamón que tengo delante, avisa. Ya sabes dónde estoy.

—Vete a la mierda —le solté.

Él pegó un portazo criminal y, en ese momento, a mí me importó cero. Luego sí me importó. Casi no pegué ojo en toda la noche por la discusión. No soporto estar cabreado con Pánico, pero había escogido un mal momento para tocarme las narices.

Entonces yo pensaba que era difícil sentirme peor. Me equivocaba.

Intenté conseguir la pasta que le debía a Soprano apostando y lo perdí todo. Me quedé sin un duro. Entonces, se me ocurrió una idea cojonuda para solucionarlo: pedirle dinero a mi madre. Le mentí. Le dije que lo necesitaba para comprarme unos libros y hacer unas fotocopias para el instituto. Me jugué lo que ella me había dado y también lo perdí. Entonces me emparanoié buscando una forma de ganar más pasta. Hice algo bastante rastrero de lo que no me siento orgulloso: visité a mi abuela. Siempre que voy, me da un billete.



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