La gota de sangre (Ed. prologada) by Emilia Pardo Bazán

La gota de sangre (Ed. prologada) by Emilia Pardo Bazán

autor:Emilia Pardo Bazán [Pardo Bazán, Emilia]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 1911-01-01T00:00:00+00:00


V

Me despedí del enfurruñado policía, y volví a pie a mi casa, suponiendo que no me perdería de vista, desde lejos. Durante el no muy largo trayecto, hervía mi imaginación reconstruyendo la historia de la única mujer de la vecindad que podía haber intervenido en el suceso. ¡Julia Fernandina, Julia Fernandina!…

Era hermana de la actual condesa de la Tolvanera; pertenecía a familia virtuosa, muy grave, muy ilustre… ¿De dónde? ¿De Andalucía? Sí, de Andalucía… ¡Hasta juraría yo que de Málaga!… ¿Cómo Julita, la niña de la mejor sociedad, se había convertido en la Chulita Ferna, astro de la galantería equívoca? Como sucede en estos casos: empezando por el amor juvenil, loco, pero sagrado, y acabando por el vicio y la decadencia… A los veinte y tantos años, escandalizando a la high life andaluza, la aristocrática joven se fugaba con un maestro de francés. En París abatieron el vuelo los tórtolos. De la vida parisiense de Chulita se contaban horrores. Su padre hizo cuanto pudo por desheredarla, pero al morir agobiado de vergüenza, algo de su cuantiosa hacienda quedó a Julia, que vino a Madrid y se montó con lujo. Ninguna señora la trató, pero hubo dos o tres como ella, caídas y expulsadas de la sociedad, que asistieron a sus tertulias, en compañía de bastantes «muchachos de la crema», y de conspicuos aficionados al género. Diversos hijos de familia, y aun padres de lo mismo, se gastaron con Chulita un riñón. Después empezó a palidecer su estrella, aunque no cambió su conducta; solo que en vez de exhibirse en fastuosos trenes, vivía casi en el retiro, como viven, en la linde de los cuarenta, muchas de estas que podríamos llamar monjas recoletas del demonio. No por recoleta haría penitencia. Seguía desplumando a los pájaros gordos y con enjundia si los encontraba, y asociada a algún mozalbete. ¿Quién era el socio más reciente? ¡Si yo estaba seguro de haberlo oído en la Peña!

Mi memoria se tendía como una cuerda de guitarra cuando aprietan la clavija. Evocaba el tipo de belleza de Chulita, menudo, delicado, cuerpo de una gracia serpentina, cabecita pequeña, género Goya, del que ahora se llama inquietante. Sus ojos eran flechadores y ojerosos, y al ensalzar sus encantos, más o menos íntimos, se solía detallar su pie, muy arqueado y estrecho. Lo que tenía yo presente era la boca, cruenta en el rostro descolorido. Aquella boquirrita bermeja me había sugerido, en ocasiones, ideas no muy santas. Actualmente, la semejanza de la boca con una herida fresca, me recordó las dos del cadáver de Grijalba, el pecho blanco, juvenil, con agujeros lívidos. ¿Sería en casa de Chulita donde el crimen se había consumado?

Por un momento, y a pesar de los éxitos ya conseguidos, comprendí que me había excedido al comprometerme a poner de manifiesto, en tres días, la urdimbre de la negra tela. Mientras me desalentaba, en los rincones de la subconciencia seguía trabajando el recuerdo. El fonógrafo en que archivamos las impresiones pugnaba por emitir una; ansiaba hablar. El



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